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Interés desinteresado

Así es. El espíritu del Manifiesto por Colombia, promovido por el exministro Jorge Humberto Botero, expresa interés en el bienestar general y no en beneficios individuales o sectoriales.

14 de febrero de 2020 Por: Fernando Cepeda Ulloa

Así es. El espíritu del Manifiesto por Colombia, promovido por el exministro Jorge Humberto Botero, expresa interés en el bienestar general y no en beneficios individuales o sectoriales. Interés -y muy sincero- en ayudar a superar las dificultades que afectan a los más vulnerables, o aquellas como la de la Administración de Justicia que nos desilusionan a todos.

Es, también, la reivindicación de nuestra historia, ya bicentenaria, que tiene mucho de qué enorgullecerse. Que la ausencia o precariedad de su enseñanza no lo muestre así a los jóvenes es algo que el Congreso Nacional, por unanimidad, buscó superar pero que el Ministerio de Educación subvaloró y desestimó. ¡Horror!

Infortunadamente se ha dejado pasar la conmemoración del Bicentenario sin haber creado una narrativa al respecto. El negacionismo es la consecuencia. Escuchar declaraciones en la televisión o la radiodifusión refleja la ignorancia supina sobre lo que hemos logrado, sobre las formidables dificultades que hemos superado. Nadie pretende ignorar errores, inequidades, y hasta barbaridades. Pero al lado están logros significativos en el sistema educativo, la provisión de servicios de salud, los servicios públicos, en la protección de derechos fundamentales. La Tutela, no obstante los abusos, ha sido una herramienta fundamental. ¿Alguien propondría abolirla?

Movilidad social ha existido y mucha. Está a la vista. Y ello genera, en buena hora, más expectativas. Por eso, el desarrollo con bienestar no puede detenerse. La consigna es: ¡Dele, dele, dele! Crecimiento económico que no se traduce en bienestar para las clases medias y para las pobres, es una invitación al desastre.

Despreciar estos activos es condenar nuestra sociedad al empobrecimiento. Los ejemplos, bien dramáticos, están a la vista.

Pero, ante todo, el Manifiesto es una reivindicación del conocimiento, la experiencia, la reflexión ilustrada, para el proceso de adopción de políticas públicas.

Es, también, una invitación a la civilidad. El buen trato, el vocabulario apropiado, el respeto al desacuerdo, el aprecio por el compromiso como forma de entendimiento, el rechazo al dogmatismo, la vulgaridad, las acciones desmedidas son de la esencia en una sociedad civilizada. ¿Y el vandalismo? ¿Y los encapuchados? De eso, ni hablar. Inaceptable. Son la negación de la civilidad. Son la negación de la auténtica protesta. Son lo contrario de la argumentación, la deliberación, la búsqueda del mejor camino.

Es que la noción de la Oposición, bien ejercida, con vigor, ingenio y fundamentación, es lo que le da dinamismo y buen futuro al sistema democrático. Si ésta es débil o se transforma en diversas formas de violencia, pierde su sentido y pronto frustra las aspiraciones de aquellos que pretende representar.

Poco se aprecia que la virtud más importante en la vida política es la Moderación. Cuando los excesos se apoderan del quehacer político las consecuencias son nefastas. La exageración y la vulgaridad en la retórica solamente llevan a descalabros. No faltan quienes creen que esas expresiones descomedidas son signos de valentía…, en realidad son la manera de desvirtuar la verdadera naturaleza del debate, de la deliberación, del intercambio civilizado de opiniones.

El Manifiesto es una indicación de que en nuestra sociedad hay más voces que deben ser tomadas en cuenta, sobre todo, si son voces desinteresadas.

¡Las mayorías silenciosas tienen mucho qué aportar!

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