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¡Horror, más corrupción!

Que el expresidente Lula, la figura emblemática de la izquierda mundial; que Humala, el expresidente del Perú ¡y su señora!, porque ahora las esposas, las abuelitas, los hijos, el chofer etc.

15 de julio de 2017 Por: Fernando Cepeda Ulloa

Que el expresidente Lula, la figura emblemática de la izquierda mundial; que Humala, el expresidente del Perú ¡y su señora!, porque ahora las esposas, las abuelitas, los hijos, el chofer etc., también entran en el juego; que el que fungía como presidente de Guatemala y manejaba una organización criminal denominada ‘La Línea’; la señora Kirchner está al borde de… pero es candidata al Senado de su país; que el actual presidente del Brasil, el señor Temer, y no sé cuántos ministros, congresistas, empresarios del Brasil. Y el expresidente Alejandro Toledo, también del Perú, ese va por US$20 millones. ¡Horror!

Cuando la corrupción alcanza los más altos niveles del sector público y del sector privado: Odebrecht, Petrobras, Fifa e innumerables empresas y personalidades involucradas en los Papeles de Panamá; y no sé cuántas empresas españolas vinculadas a la prestación de los servicios públicos más esenciales aquí en Colombia…

Es de salir corriendo. Pero no se sabe bien hacia dónde. Por qué sorprenderse si la degradación de la política y de los políticos ha llegado a niveles tan bajos, no sólo en Colombia sino en los países más admirados y admirables. ¿Cuáles son los incentivos que hacen que una persona eche por la borda los honores y dignidades que una Nación le ha confiado? ¿Qué más quiere? ¿Para qué tanto dinero? ¿Acaso para pasar unas cuantas noches en las nuevas habitaciones de alto calado en los hoteles que denominan palacios, en París? Sí, es cierto, valen más de 32 mil Euros la noche, o sea más de $100 millones para dormir unas cuantas horas, si es que después de esos latrocinios pueden conciliar el sueño. Es que se sale de toda proporción porque ya han recibido todos los honores, han gozado las mejores vajillas, la cristalería más deslumbrante en sitios absolutamente exclusivos y excluyentes. Han contado con aviones propios, helicópteros, caravanas de automóviles, docenas de guardaespaldas… ¿Es que eso no los fatiga, es que les hace falta para continuar viviendo? ¿Cómo es que la vida pierde sentido sin toda esa parafernalia? ¿Acaso es que una vida tranquila, con algo de silencio, unos cuantos libros, unos buenos recuerdos, un ambiente familiar y hasta un buen paisaje, no resulta grata ni suficiente? Cuentan con pensiones que les permiten un buen vivir; les pagan altísimos emolumentos por conferencias que otros les elaboran y apenas tienen que leer; y cada vez que se asoman están rodeados de afecto, admiración, prebendas, favores, regalos, lisonjas. ¿Todo eso no alcanza todavía? ¡Es muy terrible! Es que cada día surge un nuevo suceso que invita a la decepción. No hay en quién creer. Porque pronto hay que desilusionarse.

Pero más asombroso es que haya un rechazo callado, pero no menos contundente, a las herramientas que permitirían luchar contra la corrupción. Y entonces nos perdemos en el mundo de las simulaciones. Y nos engolosinamos con el juego de apariencias y decimos que hacemos y proclamamos que ahora sí; pero ahora, como desde hace varias décadas, no ocurre mayor cosa, a no ser nuevos hechos que revelan la inutilidad de tantas alharacas, de tanto ruido.

Sería tan fácil tomar este tema en serio y hacer lo que corresponde. Y así se diga que en Colombia se pierden $50 billones al año, ello no es un incentivo para trabajar en serio.

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