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Democracia

Que no se diga nada. Es que no sabemos lo que puede pasar. ¡Y mejor no quedar en el lado equivocado de la mesa!

10 de diciembre de 2021 Por: Fernando Cepeda Ulloa

Jueves y viernes se reunieron virtualmente 110 países para encontrar la manera de fortalecer el ideal democrático que ha venido sufriendo un ataque por parte de sus enemigos y, cómo negarlo, por quienes lo usufructúan pero para deteriorarlo desde adentro, como ha ocurrido en Venezuela, Nicaragua, ahora Honduras en nuestra región. Y, lo tenemos bien sabido, en la nación paradigmática de la democracia, Estados Unidos, por cuenta de los abusos inconcebibles de Donald Trump como presidente y como expresidente.

La insurrección del 6 de enero de 2021 está ahí, inolvidable, para recordarnos los riesgos que implican personalidades narcisistas y autoritarias.

La convocatoria que hizo el presidente Biden no es el resultado de los comportamientos abiertamente antidemocráticos de Trump. Su preocupación viene de más lejos y a ella me he referido varias veces, sobre todo, cuando menciono su ensayo publicado en la revista Foreign Affairs, enero-febrero de 2018, ‘Cómo confrontar al Kremlin’. Sin ambages afirmó: “Hoy, el gobierno ruso está abiertamente asaltando los fundamentos de la democracia occidental alrededor del mundo”. No dudó en descalificar al Kremlin como una cleptocracia y en relacionar esos ataques como una estrategia para desviar la atención con respecto a la corrupción y a los problemas económicos internos. Presentó ejemplos concretos del intervencionismo ruso en procesos electorales como el de Estados Unidos y en lo que denominó ‘herramientas sutiles’ para subvertir las democracias en Occidente. El objetivo más importante, dice, es “debilitar y dividir las democracias occidentales internamente”.

Después de publicar este ensayo las cosas han empeorado en Estados Unidos y otras democracias occidentales.

¿Y en Colombia? Pues todos los síntomas detectados como crisis de la democracia están ahí desde hace varios años con tendencia a agravarse, sin que haya intento alguno para remediar la situación. Y este proceso electoral lo está poniendo en evidencia. Las encuestadoras están creando un escenario electoral ficticio.

El caso más protuberante es la última encuesta de Invamer en la que resuelve darle a Gustavo Petro el triunfo en todas las circunstancias. El método es simple: ponerlo a competir con precandidatos que apenas se están asomando a la contienda electoral. Lo sorprendente es que el triunfo de Petro no sea aún mayor. Y los demás precandidatos o candidatos silenciosos, condonan el procedimiento, no tienen nada qué decir.

Así las cosas, estamos ante el siguiente predicamento: O Petro ya ganó o si no gana, es evidente, según argumentará, que hubo un fraude monstruoso de varios millones de votos. El ejemplo de Trump. Y ahí estarán las encuestas para demostrarlo. Ya lo hizo frente a la elección de Duque, ahora sí será con pitos y tambores, y con resonancia mundial. Y el riesgo de que convierta ese diagnóstico en una insurgencia es apenas lógico.

¡Hasta ahí llegará el premio que con tanta cordialidad entregó el Rey de España a la democracia más sólida de América Latina! El daño será formidable.

¿Cómo se puede medir la intención de voto entre el único candidato que lleva en campaña más de cuatro años y unos señores que todavía no se han subido al escenario esperando consultas que digan si ellos son los candidatos el 13 de marzo? Silencio. Enfermo grave. Que no se diga nada. Es que no sabemos lo que puede pasar. ¡Y mejor no quedar en el lado equivocado de la mesa!

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