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Un primer balance del futuro

Albert Hirschman, el economista más connotado que ha vivido en Colombia, quizás diría que en estos 25 años de apertura en el Valle y en Colombia hubo más desarrollo que crecimiento.

1 de octubre de 2017 Por: Esteban Piedrahíta

Hace poco se cumplieron 25 años del inicio de la apertura económica en Colombia. Quizás es aún prematuro emitir un juicio robusto sobre el impacto de este proceso en las economías colombiana y vallecaucana. Sin embargo, el libro ‘Mientras llegaba el futuro’, publicado por la Cámara de Comercio de Cali, recoge elementos para hacer un primer balance.

Lo primero es reconocer que en este período hubo tres acontecimientos, distintos a la apertura, que impactaron en forma significativa el desempeño económico de país y región. Uno fue la nueva Constitución, que contribuyó a que el Estado creciera de manera significativa. Sumado a los recortes a las participaciones territoriales tras la crisis de 1999, esto privilegió la centralización de la economía y la expansión de Bogotá. Otro fue la aguda recesión de finales del siglo pasado, desencadenada principalmente por eventos externos, que conllevó la pérdida de casi una década en materia de ingreso por habitante. Finalmente, está el ascenso de la China, clave para la recuperación de la economía colombiana en este siglo, vía mayores precios de las materias primas, pero que deprimió los precios de los bienes industriales.

Segundo, hay que señalar que el impacto de la apertura sobre los hogares colombianos y vallecaucanos depende crucialmente de la perspectiva que se tome. Desde la óptica del consumidor -y todos somos consumidores-, los beneficios son incuestionables. La variedad, calidad y precio de los productos disponibles ha mejorado radicalmente, contribuyendo a un mayor bienestar. Desde el punto de vista del productor, sin embargo, la evaluación es compleja. En términos muy generales, las empresas y personas vinculadas a las cadenas no transables de la economía, las que no compiten con producto extranjero, como el comercio, los servicios y la construcción, se han beneficiado. Por el contrario, aquellos sectores transables de la economía, los que producen bienes que se comercian a nivel internacional, como la industria y la agricultura (con excepción de la minería), salieron afectados.

Comparar el desempeño con otros países de América Latina que surtieron procesos similares, resulta ilustrativo. En 1990-2016, Colombia fue la tercera que más creció entre las siete grandes economías latinoamericanas, con un promedio anual del 3,7%. Es significativo que los dos que crecieron aún más, Chile y Perú, son los más ‘abiertos’ del grupo, mientras que otros más ‘cerrados’, como Brasil, Argentina o Venezuela, crecieron menos.

Aterrizando a las regiones colombianas, el desempeño del Valle fue inferior al promedio, por su perfil productivo más orientado a la industria y al agro que a la minería o los servicios. En los últimos 25 años su participación en el PIB nacional cayó 1,5 puntos porcentuales. Con todo y esto, los avances económicos del departamento han sido notables. A pesar de la pérdida de algunas empresas multinacionales, el departamento ha logrado profundizar cadenas de valor existentes antes de la apertura y generar otras, y hoy tiene un tejido empresarial diverso y sofisticado que le ha permitido crecer por encima del promedio nacional tras el ‘boom’ petrolero.

En el frente social los avances son aún mayores y el Valle sigue presentando algunos de los mejores indicadores del país. La Constitución de 1991 y el crecimiento de los presupuestos del Estado, a espaldas de las rentas mineras y petroleras, contribuyeron a ampliar las redes de protección y promoción social en el Valle y el país. Albert Hirschman, el economista más connotado que ha vivido en Colombia, quizás diría que en estos 25 años de apertura en el Valle y en Colombia hubo más desarrollo que crecimiento.

Sigue en Twitter @estebanpie