Apocalipsis ambiental I
El pensamiento apocalíptico es milenario. Los primeros registros de especulaciones sobre el...
El pensamiento apocalíptico es milenario. Los primeros registros de especulaciones sobre el final de los tiempos datan de la antigua Persia. Como varios otros legados zoroastrianos, la escatología (rama de la teología que se ocupa de esos temas) se incorporó a la doctrina judeo-cristiana y así al ideario de la cultura occidental. Hasta fines del siglo XVIII la humanidad era solo un sujeto pasivo de esta profetizada hecatombe, urdida por fuerzas sobrenaturales.En 1798, en su Ensayo sobre el principio de la población, el inglés Thomas Malthus humanizó la apocalipsis, postulando que los hombres podrían precipitar, sino el fin del mundo, si su propia destrucción. Su raciocinio era: el crecimiento poblacional es exponencial, pero la cantidad de tierra es finita; ergo, la hambruna es inevitable. Malthus escribía con el trasfondo de la Revolución Industrial, que en su país producía un aumento histórico de la población. Lo que no captó es que las mismas fuerzas que impulsaban esa revolución (el ingenio humano y la tecnología), darían al traste con sus sombrías predicciones.A pesar de sus enormes méritos, que incluyen la sensibilización sobre los impactos ecológicos de la actividad humana y la importancia de la conservación, el movimiento ambientalista es el heredero moderno de Malthus. Su veta apocalíptica, que genera titulares y vende camisetas de Greenpeace, le resta credibilidad a sus causas, muchas bien intencionadas, y puede tener consecuencias cuando no malignas, trágicas.Uno de los fundadores del ecologismo, Paul Ehrlich, publicó en 1968 el que se convertiría en un libro de culto, La bomba poblacional. Allí, mucho menos mesurado que Malthus, sentenciaba: La batalla para alimentar a la humanidad se perdió. En los setentas, cientos de millones de personas morirán de hambre nada puede evitar un aumento sustancial en la tasa de mortalidad mundial.Irónicamente, Ehrlich escribía durante el apogeo de otra revolución, la verde, la cual, mediante la aplicación de fertilizantes y la selección de variedades más productivas, permitió que en el siglo XX, la producción de alimentos aumentara seis veces, con un incremento marginal (30%) del área cultivada. En medio de una explosión demográfica sin precedentes (la población mundial se multiplicó por cuatro), la disponibilidad de comida por habitante aumentó 50% y la incidencia de la desnutrición cayó dramáticamente.Las predicciones de Ehrlich serían solo una pifia más de los profetas del desastre, sino fuera porque entre sus propuestas estaban la esterilización forzosa y hasta la aplicación de esterilizantes temporales al suministro de agua. Países como India y China (cuya política de un solo hijo data de 1978) acogieron sus ideas, causando inmenso sufrimiento a decenas de millones de familias. Incontables bebés fueron sacrificados en el altar de la protección ambiental.La bomba demográfica que Ehrlich contribuyó a implantar en la conciencia colectiva se comenzó a desactivar a principios de los setenta. Desde entonces, la tasa de crecimiento poblacional ha disminuido un 50%. Pero las causas no fueron las políticas de esterilización, ni la miseria y el hambre como había predicho Malthus (la tasa de mortalidad mundial cayó 37% en el período), sino, al contrario, el crecimiento económico que permitió aumentar el ingreso por habitante y ampliar la educación.