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Un jacuzzi en la alcoba

Tuve en mi juventud dos obsesiones que me perseguían para cuando me casara. Una, quería dormir siempre pegado de mi pareja y la otra (la otra obsesión, no la otra pareja) era tener jacuzzi en mi alcoba

10 de noviembre de 2017 Por: Eduardo José Victoria Ruiz

Tuve en mi juventud dos obsesiones que me perseguían para cuando me casara. Una, quería dormir siempre pegado de mi pareja y la otra (la otra obsesión, no la otra pareja) era tener jacuzzi en mi alcoba; como una extensión del lecho, imaginaba yo . En la feliz luna de miel, me di cuenta que no debía insistir en el arrunche de larga duración. La combinación de calores, respiraciones (gases no, solo respiraciones), la lucha por las cobijas y calidad de las almohadas hacían inviable insistir en dormir pegados. Una amable distancia se volvió magnifica alternativa.

Con el jacuzzi, aquel húmedo escenario que me envidiarían los actores italianos y hasta Nacho Vidal, no fue distinto. Quien nos vendió el apartamento, conocedor de mi anhelo, me lo destacaba más que las otras ventajas de la vivienda. Sabía que me endeudaría por cumplir ese sueño, mezcla del Kamasutra con el Circo Egred. Algo similar pasó cuando pudimos tener una casita de campo y la ducha está dentro del buscado jacuzzi. Hoy, mencionaré las veces que a lo largo de mis tres décadas de vida matrimonial ha sido mencionada la palabra ‘jacuzzi’ en mi casa:

“No entiendo para qué me hacen limpiar y pulir ese jacuzzi si eso nadie lo usa nuuuuunca” (Orfelia Balanta, doméstica de Guachené, quien trabajó con nosotros largos años).

“¿Cuándo es que me van arreglar la humedad que tengo en mi cuarto, por culpa de ese jacuzzi de ustedes?” (La bruja que vive en el piso 14 y que no ha podido entender que el jacuzzi del piso 15 jamás se usa).

“Como tienes jacuzzi, hierves el agua y le pones dos papeletas de esta droga, te sumerges una hora y se te quitarán las hemorroides” (Delano Vallejo, proctólogo, a quien seguiré apreciando y espero no encariñarme).

“Si vieran la araña peluda tan horrible que salió por el sifón del jacuzzi. ¡Qué peligro!” (Frase pronunciada en la casita de campo por Sebastián, niño precoz hijo de una señora muy nerviosa, amiga de mi esposa).

“Mi amor, no insistas, Apenas podamos, tumbemos este jacuzzi pues ya llevo tres caídas saliendo y de allí a fractura de cadera no hay nada” (Mi señora en la finca, la semana pasada).

Estoy buscando nuevas obsesiones para esta etapa que me queda de vida.

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