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¡Mejor sin intrusos!

“Tan rico que la pasamos cuando nos reunimos solos, pero que jartera...

23 de julio de 2016 Por: Eduardo José Victoria Ruiz

“Tan rico que la pasamos cuando nos reunimos solos, pero que jartera cuando a estos paseos le revuelven los maridos y las señoras”. Esta es una frase frecuente entre los viejos compañeros de colegio, universidad, barrio o trabajo. Creo que tienen razón. Un extraño no entiende por qué nos reímos de los mismos chistes, así los repitamos cada cuatro meses en los últimos 25 años. Menos aún qué tiene de divertido imitar al profesor que el fisgón no conoce. La intrusa no entiende cómo nos burlamos del defecto físico de un compañero, si por esa misma razón hoy castigamos nuestros hijos. “¿Cómo así que Juancho fue novio de Andrea y se volaban a Pance?”. “Mojigata esa, ¡quien la ve!”. Todo esto pasa por la mente de la intrusa, cuando para los compañeros son anécdotas de juventud.Al intruso, quien hace mucho no le encuentra atractivos a su señora, se le salta la piedra porque en la reunión recuerdan que ella era la más sexy del salón. Y más bejuco se pone cuando afirman que sigue siendo bella. Él, que hoy solo ve en ella su flacidez y las arrugas, no puede entender que sus compañeros conserven la imagen de los primeros semestres de universidad y tienen claro que en ella permanece el espíritu solidario, su alegría y la nobleza que siempre ha tenido con las compañeras en dificultad. Las estrías o la celulitis no juega entre los viejos amigos, es la complicidad de la eterna juventud lo que los une para siempre.¿Y qué tal cuando el baile se prende? La fisgona no logra comprender la mirada plácida de su marido mientras baila con su traga de Ingeniería. Ve amenazado innecesariamente su matrimonio cuando él solo piensa en lo que pudo haber sido y no fue, o en que esa sonrisa dulce permanece incólume a pesar del tiempo. Pero la intrusa arma una película que termina en un taxi prematuro rumbo a la casa mientras en la fiesta queda un sabor amargo; en la fiesta la de la sonrisa no sabe si sentirse culpable, hasta que un borracho grita: “Yo les dije: ¡estas fiestas son buenas es sin gente extraña!”.No sé cómo explicar por qué es tan difícil “tirar paso” con las demás como con la persona con que aprendimos a bailar “payaso” o “la saporrita”. Pero el intruso se pone celoso cuando ve que el reumatismo de su señora desaparece al bailar con los compañeros de antaño. Hay amigas con las que uno se entiende solo con la mirada y por eso la carcajada es tan fácil. Los intrusos quedan despistados y hasta creen que son ellos los inspiradores de la risa.Para colmo y refiriéndonos a las fiestas “de integración” laboral, organizadas por una jefe de gestión humana que no conoce que la humanidad cambia al calor de la amistad y los tragos, el intruso le reclama al jefe por qué está gallinaceando a su señora, exige aumento salarial dañando la estrategia que ella tenía para lograrlo y vacea a esa compañera que suponen engreída, sin conocer el fondo de su alma.Si yo fuera el organizador de esos eventos, lo haría sin señoras ni maridos, a menos que demuestren su cheveridad en una evaluación sicológica hecha por una profesional que le guste el trago, la rumba y que llegue al amanecer haciendo el trencito con sus pacientes.

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