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La depresión

Por diferentes circunstancias, en estos últimos años he visto partir varios amigos víctimas de una de las enfermedades silenciosas más agresivas de hoy: la depresión.

17 de enero de 2020 Por: Eduardo José Victoria Ruiz

Por diferentes circunstancias, en estos últimos años he visto partir varios amigos víctimas de una de las enfermedades silenciosas más agresivas de hoy: la depresión. No siempre el final han sido dolorosos suicidios, también la depresión ha sido causante de modalidades de cáncer o enfermedades coronarias.

¿Por qué hoy ésta es más apabullante que antes? No pretendo entrar en temas que corresponden a profesionales del comportamiento, pero no dudo que las comunicaciones hoy y especialmente las redes están jugando un rol determinante: la exaltación constante de estereotipos de éxito y riqueza que muchos no alcanzan; la falta de amortiguadores para la frustración en los jóvenes quienes están recibiendo todo a manos llenas; la distracción constante en múltiples actividades laborales y de entretenimiento que han impedido la observación y el acompañamiento de miembros de la familia sobre otros que requieren mayor cercanía. En fin, hoy estamos más solos en medio de la interconexión global. ¿Qué hacer para no llegar tarde y enterarnos en las ceremonias fúnebres sobre el proceso mental de quien hoy ya no está con nosotros?

La amistad hay que vivirla, practicarla; así como se hace el amor, deberíamos hacer la amistad: un rito periódico de escuchar, escudriñar las almas, reírse, acariciar los cuerpos a través de los abrazos, las caricias con afecto, la palmada animosa en la espalda, el beso cálido que transmita interés auténtico y solidaridad franca. El tiempo pasa demasiado rápido y en un semestre de ausencia, la suerte de nuestro ser querido ha podido cambiar sustancialmente. Una llamada espontánea y oportuna puede disuadir un pensamiento trágico o al menos sacar una sonrisa reconfortante en un espíritu deprimido.

Yo no creo en el afecto tácito. Debe ser expreso. El deprimido no tiene la fuerza para salir a buscar a otros ni la iniciativa para pedir auxilio. Solo la llegada cálida de un amigo y la charla abierta, pueden abrir el baúl de angustias y dudas. Siempre he creído que cada que muere un amigo o un ser querido, hay un corte de cuentas radical, en el que los activos se miden en encuentros, llamadas, confidencias y abrazos. Los pasivos en reclamos innecesarios, ausencia, indiferencia o posiciones erradas. Que la vida nos permita caminar con la tranquilidad de ser buenos amigos y no con la carga de la depresión ajena o propia, pues nadie está exento de padecerla.

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