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El difícil arte de regalar

Regalar ropa a nuestras parejas es muy complejo. Si la talla resulta muy ancha, ella nos dice: “¿Así de gorda, me ves?”. Si le queda pequeña, “¡Se ve que no me conoces!” y el regalador termina ofreciendo disculpas.

5 de marzo de 2021 Por: Eduardo José Victoria Ruiz

El propósito de expresar los sentimientos de afecto, gratitud o amor a través de los regalos choca muchas veces con la contradicción de que por no acertar, la buena intención se vuelve contra el donante. Por ejemplo, hace muchos años escuché que el riesgo de regalar dinero es que siempre es mucho para quien lo da y poco para aquel que lo recibe. Conozco varias historias generadas por ese cruce entre la generosa iniciativa de quien regala y las expectativas del receptor.

Tengo un amigo que como buen científico es despistado. Adora a su esposa y siempre le trae un detalle de sus viajes. Ella, conocedora de ambas características, amor y despiste, le dice: “Mira , seguramente me traerás un perfume. Me puedes traer el que quieras, menos ‘Blue’de Ralph Lauren. ¡Me cansé de ese, lo detesto!”. Cuando él entra al Dutty Free en el lejano aeropuerto, se encuentra con muchos perfumes; cuando está frente a ‘Blue’, el piensa “Esta marca me suena muy familiar, yo creo que este es el perfume que a Vicky la enloquece” y lo ha comprado, no solo una vez, sino en varios viajes, con lo que el regreso de Jorge a casa se ha vuelto un drama y se acabó el entusiasmo por abrir sus maletas.

Regalar ropa a nuestras parejas es muy complejo. Si la talla resulta muy ancha, ella nos dice: “¿Así de gorda, me ves?”. Si le queda pequeña, “¡Se ve que no me conoces!” y el regalador termina ofreciendo disculpas. Durante un buen tiempo, nunca fallé con las medidas de una novia de Manizales: “Véndame una blusa como si fuera para mí, pero con buen busto”. No fallaba.

Tal vez una de las desilusiones más grandes al regalar fue con un tío muy especial para mí. Germán era oncólogo e iba a su clínica en New Jersey impecablemente vestido. Por eso en unas vacaciones seleccioné una corbata que yo consideraba reunía su gusto. Al finalizar el verano, con gran afecto me preguntó: “¿A ti te molestaría recibir algunas corbatas que voy a eliminar? ¡Los pacientes me regalan unas cosas terribles!”. Le acepté porque en esa época yo usaba corbatas pero especialmente por venir de él, pero cual sería mi desilusión cuando entre las corbatas que me regaló… ¡venía la que yo le había comprado!

He recibido regaños de esposas que me critican porque les traigo manjarblancos de Buga a sus maridos siendo ellos diabéticos en la sombra. He regalado licores a alcohólicos anónimos, tan anónimos que no lo sabía. Últimamente he decidido regalar solo bonos de libros o de restaurantes y eso sí, mucho afecto, con lo cual uno va a la fija.

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