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Abajo la cizaña

La feliz visita del Papa Francisco a Colombia, nos puso a reflexionar sobre lo más importante que existe: nuestra cotidianidad.

15 de septiembre de 2017 Por: Eduardo José Victoria Ruiz

La feliz visita del Papa Francisco a Colombia, nos puso a reflexionar sobre lo más importante que existe: nuestra cotidianidad. Con sencillez y pragmatismo abrió páginas del comportamiento humano para invitarnos a pensar sobre la actitud frente a la vida, a la familia, a la vulnerabilidad, a la suerte del país.

Toda mi vida había oído hablar de la cizaña; siempre le tuve bronca a ese comportamiento, a esa gota de perversión en medio de la charla amable. A ese rasgo de discordia que alguien insinúa cuando los ánimos están positivos. A esa sutil invitación a confrontar cuando el ambiente no invita a hacerlo.

Siempre me pregunté qué podía haber en el alma de los cizañosos para tirar la mosca en el vaso de leche; qué dosis de amor les quedó faltando en su niñez o que reconocimiento elemental tienen pendiente. Ahora me declaro sorprendido de oír esa expresión tan popular en boca del Pontífice, tanto que terminé averiguando sobre el origen del término.

La cizaña, originariamente, “es una planta de tallo ramoso, espigas anchas y planas cuyos granos contienen elementos tóxicos, que crece espontáneamente en los sembrados y es muy difícil de extirpar”.

De allí la analogía puesta varias veces por el Papa de su tristeza de ver cómo la cizaña se mezcla en los sembrados del trigo y termina haciendo un gran daño a éstos y al sembrador. Por eso la similitud entre las cizañas y las personas que dañan o estropean a sus congéneres. Es sinónimo de discordia, conflicto, hostilidad.

“No pierdan la paz por la cizaña”, dijo Francisco. ¿Cuál paz?: todas. La anhelada por el país, pero también la de cada uno de nosotros, individualmente considerados. La paz espiritual especialmente, aquella que nos permite reír ante tonterías, sin que un cizañoso nos tilde de bobos; que nos permite admirar una mujer madura y común sin que el cizañoso nos critique el gusto; a soñar sin que nos digan ilusos; a amar ilimitadamente sin que el de la cizaña nos señale de románticos anticuados.

A los cizañosos les gritaremos otra frase de Francisco: “Que nadie nos venga a robar la alegría ni la esperanza”. ¡Abajo los cizañeros, aguafiestas del optimismo nacional y personal!

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