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Juventud ‘inmortal’

Como muchos caleños, y colombianos, observé, con una mezcla de estupor y de pena ajena, los videos que registran las rumbas masivas que realizaron en algunos sectores del oriente de Cali el puente pasado.

25 de junio de 2020 Por: Diego Martínez Lloreda

Como muchos caleños, y colombianos, observé, con una mezcla de estupor y de pena ajena, los videos que registran las rumbas masivas que realizaron en algunos sectores del oriente de Cali el puente pasado. ¡A pesar de que impusieron el toque de queda!

La rumba ‘reina’ fue la que se hizo en el sector conocido como la Colonia Nariñense. A ella asistieron, según cálculos de las autoridades, alrededor de 500 personas. Los videos demuestran que en ese desmadre había gente de todas las edades, pero sobre todo jóvenes, incluso menores.

Semejante despelote me puso a pensar en las injusticias de la vida. Mientras que a la inmensa mayoría de los setentones y ochentones que están confinados en su casa no se les pasaría por la cabeza asomarse a un despelote de esos, los ‘pelaos’ tienen toda la libertad para hacer lo que les viene en gana y acuden dichosos a esas rumbas.

Y es que un hombre a los 70 años de edad sabe que su salud no es la de antaño, por lo cual se cuida al extremo. Y no se pone a hacer pendejadas.

A un setentón, por ejemplo, jamás se le ocurriría mandarse a toda velocidad en una bicicleta por la avenida circunvalar, sin la menor protección, como lo hacen todos los días grupos de muchachos. Y no porque no puedan hacerlo: muchos mayores montan bicicleta, incluso suben hasta la Vorágine, sin problema, pero lo hacen con todos los protocolos de seguridad.

La diferencia es que en la medida en que uno suma años adquiere conciencia de su condición de mortal y procura cuidarse para prolongar, hasta donde se pueda, la existencia. En cambio cuando uno está joven ve la muerte como algo ajeno. Por eso maneja ebrio, se lanza en bicicleta por un despeñadero, se tira en paracaídas y comete toda clase de imprudencias inútiles.

Esa es una de las grandes diferencias entre los viejos y los jóvenes: mientras los primeros solo corren riesgos inevitables, como viajar en avión (que para mí siempre será riesgoso) los muchachos se la pasan poniendo su vida en peligro a todo trance.

Y eso no lo sé porque me lo contaron sino porque yo también tuve 20 años y cometí toda clase de imprudencias.

Miles de ‘pelaos’ en Cali están convencidos de que el covid es una amenaza para los viejos, que ellos no corren ningún peligro. Y por eso uno los ve en la calle sin tapabocas, andando en gallada sin conservar ninguna distancia y sin respetar un protocolo.

Y por eso muchos jóvenes van a cuanta fiesta convocan. Quienes organizan las rumbas tienen clara esa condición de la juventud y las siguen organizando, porque tienen claro que clientes no les van a faltar.
A esos sinvergüenzas que organizan las rumbas hay que identificarlos y sancionarlos con toda severidad.

Y los pelaos, muchos de los cuales se merecen que los confinen mucho más que a los adultos mayores, hay que aplicarles mano dura.

Las campañas pedagógicas sirven a largo plazo, sobre todo aquellas que muestran que el coronavirus no discrimina ni por edad, ni por condición social ni por raza. Pero para frenar este relajo de las rumbas se requiere mano dura. A punta de comparendos que nunca van a pagar no van a poner orden. La solución es simple, rumbero al que sorprendan reincidiendo en sus pachangas hay que judicializarlo por atentar contra la salud pública.

¡Carajo, sino le temen al covid, que por lo menos le teman a un buen ‘canazo’!

Sigue en Twitter @dimartillo

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