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Huérfanos de la infamia

El 11 de abril del 2002 Sebastián Arismendy tenía cuatro años y...

16 de septiembre de 2016 Por: Diego Martínez Lloreda

El 11 de abril del 2002 Sebastián Arismendy tenía cuatro años y Carolina Charry, 16. Ese trágico día, un comando de las Farc irrumpió en la sede de la Asamblea del Valle y se llevó, para siempre, a los papás de estos niños y a diez asambleístas más.Ese día, cuenta Carolina, arrancó una agónica espera que se prolongó durante 1905 días. Asegura que a ella, a su mamá y a su hermana jamás se les pasó por la cabeza que ese secuestro iba a tener el desenlace que tuvo.Relata, incluso, que desde los primeros días del plagio le prepararon una maleta con varios elementos personales que le entregarían a Carlos Alberto el día que volviera, para facilitarle su readaptación a la civilización.Ambos, Sebastián y Carolina cuentan que aquel 11 de abril su vida les cambió. “Mi infancia fue distinta a la de otros niños... No tengo recuerdos jugando, gritando. Mis recuerdos son en marchas en Cartago, Cali, con una camiseta que decía ‘te esperamos’ y la foto de mi papá”, recuerda el hijo de Hector Fabio Arismendy.Lo que se le alteró a Carolina fue la adolescencia, quizás la etapa más importante para cualquier ser humano. La de ella también fue diferente.Pero pasaron los días, y la familia Charry López intentó volver a la normalidad. Seguir su vida, como se lo pidió en forma recurrente Carlos Alberto, en las cinco pruebas de supervivencia que les hizo llegar las Farc.Entonces, 1905 días después del plagio, Laura, hermana menor de Carolina, se preparaba para graduarse del colegio. Pero en la misma madrugada del grado sonó el teléfono. Del otro lado de la línea estaba Fabiola Perdomo, quien pronunció dos palabras que les volvieron a cambiar la vida a los Charry López: “Los mataron”. A pesar de ese demoledor golpe, Laura acudió a su grado. Debió ser la graduanda más triste de la historia. Pero allí estuvo.La vida siguió su curso. Ni Sebastián ni Carolina olvidaron a sus padres, pero se acostumbraron a vivir sin ellos. Eso es lo que ellos hubieran querido. Hasta llegaron a creer que la herida la iba cerrando la inercia del tiempo.Hasta que se produjo el encuentro del sábado pasado. Carolina, Sebastián y varios familiares de los diputados asesinados, se reunieron con Pablo Catatumbo, responsable del plagio, Iván Márquez y Joaquín Gómez. Ese día, el dolor que ellos creían superado pero que sólo estaba dormido, despertó. Y Carolina y Sebastián les dijeron a los responsables de la muerte de sus padres, lo que siempre quisieron decir.Después de cantarles la tabla, Sebastián les dijo a los jefes guerrilleros: “a usted lo quería matar, a usted también, pero ese rencor ya no está en mí. Decidí perdonarlos y eso me hace libre. Algo que ustedes jamás van a poder entender y sentir”.Carolina admite que no ha llegado a ese punto. Dice que esa reunión fue el primer paso para comenzar a perdonar a los victimarios de su padre. Pero es un paso gigante que ella jamás pensó dar.Hoy, Sebastián tiene 19 años y estudia administración y contaduría. Carolina tiene 30, es abogada y adelanta una maestría. Pero más allá de sus logros académicos son unos jóvenes a los que la vida maduró a punta de golpes, pero que a pesar de la adversidad, no perdieron su alegría y su fe en la vida y en este país. De ese dolor indescriptible surgieron dos jóvenes maravillosos. Como tantas veces en nuestra historia, la mayor adversidad produce los mejores frutos. Hay esperanza.Sigue en Twitter @dimartillo

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