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Francisco Superstar

Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, es, sin duda, una superestrella. Carismático, cercano a la gente, sencillo, simpático, excelente comunicador.

7 de septiembre de 2017 Por: Diego Martínez Lloreda

Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, es, sin duda, una superestrella.
Carismático, cercano a la gente, sencillo, simpático, excelente comunicador. No le tiene miedo al ridículo, sin el menor rubor se pone una ruana boyacense, un sombrero de charro, la camiseta de San Lorenzo de Almagro...

No extraña, entonces, que las calles céntricas de Bogotá hayan sido tomadas por miles de personas que querían ver a esa superestrella. Algunos llevados por la fe y otros por la novelería. Ignoro en qué proporción, pero muchos de los bogotanos que salieron a saludar a Francisco, con similar entusiasmo ovacionaron a la Selección Colombia, cuando llegó del Mundial de Brasil, o a Paulina Vega, cuando regresó tras ganar Miss Universo.

Pero eso no le quita méritos a la función que cumple Francisco como cabeza de la Iglesia Católica. Tras el breve papado del gélido Joseph Ratzinger, el catolicismo necesitaba de alguien que a punta de carisma y buena vibra ayudara a revivir la llama de la fe entre sus fieles. Y no pudieron escoger a nadie mejor que Bergoglio. Lo de Bogotá es buena muestra de ello.

En algunos aspectos Francisco recuerda a Juan XXIII. Al igual que el argentino, el ‘Papa bueno’, como fue llamado Angelo Roncalli llegó tarde al pontificado: fue elegido cuando tenía 77 años. Y como Bergoglio, Juan XXIII era divertido, carismático y cercano.

Por su avanzada edad y su bonhomía, se creía que Juan XXIII iba a ser una papa de transición. Pero resultó un revolucionario que se propuso renovar la Iglesia y estableció una nueva forma de celebrar la liturgia, más cercana a los fieles. Para ello convocó el Concilio Vaticano II que hizo los cambios más importantes de la Iglesia en siglos.

En eso no se parece Francisco a Juan XXIII. Aunque el Papa actual ha hecho aseveraciones de avanzada sobre temas álgidos y creó al interior de la Iglesia una comisión para proteger a los menores víctimas de abusos sexuales y para la lucha contra los curas pedófilos, no ha acometido una transformación sustancial de la Iglesia.

Por ejemplo, no ha abordado el tema del celibato, una de las instituciones eclesiásticas más cavernarias y absurdas. El celibato no solo ha privado a la Iglesia de miles de potenciales sacerdotes que podrían conciliar sus deberes eclesiásticos con sus responsabilidades familiares, sino que ha sido una de las causas de que haya tanto cura pedófilo.

Por la simple razón de que una buena forma de ocultar las tendencias sexuales diferentes de una persona es volverse sacerdote. Y aunque en el Siglo XXI la gente cada vez esconde menos sus orientaciones sexuales, todavía hay mucho cura raro que esconde su sexualidad debajo de la sotana. Y como frenar la sexualidad es como frenar el hambre, esas tendencias tarde o temprano salen a flote.

Otra cosa urgente para la Iglesia es dignificar el papel de la mujer. A estas alturas de la vida ellas no pueden seguir teniendo un rol tan subalterno. Hay que tratarlas de igual a igual con los hombres y darles hasta la posibilidad de ser sacerdotisas.

Mucho ganaría la Iglesia sin celibato y con mujeres curas. Pero no será Francisco quien dé ese paso. Él sabe que el ala ultraconservadora de esa institución sigue siendo fuerte y no parece estar dispuesto a torear ese avispero.

Con lo cual, es claro que los cambios que Francisco ha implementado en la Iglesia son más de forma que de fondo. Y que él no es el Juan XXIII del tercer milenio.

Sigue en Twitter @dimartillo

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