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Entre ‘vivos’ y corruptos

Pero los políticos no tienen la exclusividad del tema de la corrupción. Ese es un flagelo enquistado en nuestra cultura. Aquí al corrupto se le llama ‘vivo’ y al honrado, ‘pendejo’.

30 de agosto de 2018 Por: Diego Martínez Lloreda

¿Será que los corruptos de todas las layas están desvelados desde el domingo pasado, tras los 11 millones 700 mil votos que sacó la Consulta Anticorrupción?

Lo dudo. Unos, porque la utilidad que les deja la corrupción es muy grande, como los sinvergüenzas que se roban la plata de la alimentación escolar, y otros porque consideran que lo que hacen no es corrupción.

A este último grupo pertenece el congresista que logra que el Gobierno le adjudique una obra para su región y le cobra al contratista el 30 % del valor de la misma, estima que esa es una comisión legítima que se ganó por conseguir que esa obra se ejecute. La llaman comisión de éxito.

Lo mismo pasa con el concejal que le consigue un puesto a un ‘amigo’ y le cobra el 20 % del salario. Ese concejal cree que es apenas justo que el beneficiario del cargo le pague una parte del sueldo a su padrino político, sin el cual no hubiera conseguido el puesto.

Esa es una práctica extendida y es la razón por la cual los concejales de todos los municipios se convierten en una agencia de empleos. Porque de ahí sacan la plata para la campaña que viene.

Y como están convencidos de que eso es alta política, y no actos de corrupción, muchos de los que están habituados a esas prácticas no tuvieron problema en salir a apoyar, con gran entusiasmo, la consulta del domingo.

Pero los políticos no tienen la exclusividad del tema de la corrupción. Ese es un flagelo enquistado en nuestra cultura. Aquí al corrupto se le llama ‘vivo’ y al honrado, ‘pendejo’.

Prueba de ello son los sanandresitos, verdaderos santuarios de la corrupción, tolerados por las autoridades y al que todos hemos ido a comprar algo. En esos sitios se vende toda clase de mercancías de contrabando, productos falsificados, se lava dinero, no se entrega factura. Y todos lo sabemos.

Si lo ilegal no nos importara tan poquito, no existirían los negocios de la Calle 16, que venden toda clase de autopartes robadas. Y donde muchos que se las pican de grandes señores acuden cuando les hurtan un espejo a reponerlo. Lo que pasa es que aquí relativizamos el tema de la corrupción: consideramos gravísimo que un congresista cobre comisión por una obra, pero nos parece un mal menor comprar algo de contrabando.

Otra costumbre muy colombiana es ser implacables con la corrupción ajena, pero muy generosos con la propia.

En fin, el de la corrupción es un tema cultural que hay que comenzar a erradicar al interior mismo de las familias. Debemos tener claro que en esto no hay punto medio: o se es corrupto o no se es. Punto.

Por eso soy absolutamente escéptico sobre el resultado real que tendrá el masivo rechazo a la corrupción que manifestaron el domingo pasado.

En este país santanderista creemos que todos los males se solucionan a punta de leyes. Por eso hay leyes para todo. Lo que no hay es voluntad de aplicarlas y mucho menos mecanismos para hacerlas realidad.

Como dice el exfiscal Alfonso Gómez, en Colombia hay un verdadero arsenal jurídico contra la corrupción. Por eso, la solución no es expedir más leyes, sino aplicar las que existen.

Ojalá el clamor ciudadano del domingo sirva para que esta sociedad hipócrita haga una profunda reflexión sobre la corrupción. Pero sobre la propia, no la ajena. Si ello ocurre, los $310.000 millones que costó la consulta no se habrán dilapidado del todo.

Sigue en Twitter @dimartillo

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