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Desencanto

Lo cierto es que ni los más sabios tienen la llave para regresar a contarnos cuál es el asunto en el más allá.

29 de agosto de 2024 Por: Helena Palacios

Cuanto más nos pasa el tiempo, con más frecuencia recibimos noticia de la partida de este mundo de personas, de nuestros afectos o conocidos, y cada vez irrumpe el flashback de la novela de sus vidas y el enigma de la existencia.

Algunos se podrán ir con sus creencias y fe como equipaje para su salvación eterna, otros van con la desilusión y la incertidumbre a cuestas. Lo cierto es que ni los más sabios tienen la llave para regresar a contarnos cuál es el asunto en el más allá. Como sea, sobre el trayecto de la vida y su sentido hay sugestivas obras de la literatura que desafían la cuestión y mucho nos atraen en la juventud.

Tal vez por el desencanto que la vida le significó al legendario y bello del cine francés recién fallecido, Alain Delon, he recordado al Siddhartha que Hermann Hesse nos describe en su novela del mismo nombre, como el hijo de un brahamán que, contrario al actor, encontró la esencia y la exaltación de la vida en su simpleza y unidad.

El que nos deleitó con su actuación en ‘El gato pardo’, ‘A pleno sol’, ‘El samurái’, ‘Rocco y sus hermanos’, exteriorizó una sensible queja: “Todo es falso. Ya no hay respeto, ya nadie da su palabra. Solo cuenta el dinero. Todo el día oímos hablar de crímenes. Sé que dejaré este mundo sin lamentarlo”. No le faltó razón, sufrió, conoció la industria del cine, fue polémico, pero dejó también un legado de amor y compasión por los animales. No puede creerse que estar en el cenit de la gloria y poseer riquezas, lleve a la insatisfacción, pero ocurre, y es cuando cae como bálsamo al espíritu que no se halla, seguir el hilo del camino del conocimiento del yo que emprende el joven Siddhartha.

A pesar de que le querían en su hogar, inicia junto con su amigo Govinda, una larga búsqueda, en la que conoce el ascetismo, el mundo amargo y el sufrimiento, la introspección y la meditación; se hizo discípulo de Kamala una bella cortesana y de un comerciante que le introdujeron en el mundo del deseo y la riqueza material, alcanzó con Vasudeva, el sabio barquero, el arte de escuchar y entender el lenguaje del río, metáfora de la vida.

Hesse, premio Nobel de Literatura de 1946, bebió la espiritualidad de la India, enfocado en el personaje que busca aprender desde su interior el sentido profundo de existir. Aunque la obra convoca conceptos de la filosofía hinduista-budista, no es la historia de Siddhartha Gautama, fundador del budismo, son diferentes experiencias, ni comulga con doctrinas que considera solo son bastones. El autor comprende el anhelo de trascendencia del hombre, sin una divinidad, porque el paraíso está en la tierra, en el amor.

Para Siddhartha la vida y la muerte, todos los rostros, las alegrías y dolores, el bien y el mal, lo que tuvo que pasar, los instintos, son parte del todo, la naturaleza, las cosas que rodean el mundo están interconectadas en un constante ciclo. Renunció a

resistirse, para “amar al mundo, para no volverlo a comparar con cualquiera de los mundos deseados (...) amarlo tal cual es y pertenecer gustosamente a él”.

Es la lectura de la obra la que ofrece su verdadera dimensión y encanto por la trama y por su escritura poética, rica en reflexiones y enseñanzas desde la experiencia de Siddhartha. Hay allí un mensaje de unidad y perfección derivado de la consciencia de que somos parte de una totalidad en la corriente de la vida, para alcanzar así la paz y la alegría de vivir.

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