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Un 6 de septiembre (Fin)

“Ventana” es otra palabra histórica y arquitectónica: los defensores, indefensos frente al...

30 de septiembre de 2012 Por: Carlos Lleras de la Fuente

“Ventana” es otra palabra histórica y arquitectónica: los defensores, indefensos frente al ataque de la Policía uniformada, que además trajo durante toda la noche gasolina de una estación cercana en cantidad suficiente para destruir la casa, buscaron por donde huir, que no fuese a la vista de los agentes que venían a matarnos a todos; de hecho, nunca averiguaron si habían mujeres y niños, lo que sí tuvo en cuenta el cardenal Luque, quien envió al presbítero Franco Arango para salvarnos pero a quien la Policía le impidió el paso en forma ‘amable’: “Para usted también hay bala”.Una ventana del cuarto de la secretaria de mi padre cumplió los requisitos: miraba hacia el sur, sobre la tapia de la casa vecina habitada por don Ernesto Sanz de Santamaría y sus sobrinas Manrique.Los cuatro fugitivos salieron por esa estrecha ventana, que aún está allí, y se sentaron en la tapia: era ésta demasiado alta para saltar pero con el ruido de las conversaciones las Manrique se asomaron al patio interior y -mundo de las sorpresas- acercaron una alta escalera que el jardinero había olvidado; por ella bajaron los combatientes.Entre tanto la Policía había prendido fuego al escritorio de mi padre en el cual, además de sus libros más preciados, estaba el ‘archivo de la violencia’ como ya lo había descubierto una empleada espía que nos instaló el SIC y creemos que la consigna conservadora era destruirlo; de hecho la elaborada verja de la ventana (hoy se puede ver la copia) se derritió del calor que la cultura es capaz de producir.La Fuerza Pública tumbó la puerta y convertida en una horda de salvajes, entró disparando a las lámparas, rompiendo espejos y porcelanas y atacando los muebles con sus bayonetas.A esa hora, como en el caso del Titanic, flotaba en el ambiente la música de una orquesta que tocaba en la casa de Gustavo Santos, hermano del expresidente y amigo de mi padre, donde la juventud bailaba a la luz de la gran hoguera; algo así como describen a Nerón en las películas, tocando su arpa frente a la Roma ardiente.Yo vi el incendio desde la casa de Ernesto Caro y María Paulina Nieto, donde nos habíamos refugiado; fui el único de la familia, además de mi padre, que presenció buena parte del hecho que para mis 15 años no era un lindo espectáculo, como lo fue para los funcionarios gubernamentales.La Policía cumplió: no dejó pasar a los bomberos y después de haber sido desplazada por la escuela de cadetes al mando del general Iván Berrío, regresó a continuar su labor destructiva, aparentemente por orden del Ministerio de Guerra; culminó su labor a las 6 ó 7 de la mañana cuando el tercer piso se desplomó sobre el segundo y este, sobre el primero.La crónica es larga y culmina en ese exilio del cual nos sacó el general Rojas Pinilla, pero no quiero cansar sino ilustrar a mis lectores.