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Otra fiesta

Así como revelaba mi alegría en época navideña, tengo que aceptar que...

4 de enero de 2015 Por: Carlos Lleras de la Fuente

Así como revelaba mi alegría en época navideña, tengo que aceptar que el cambio de año no me genera emoción alguna, no por cumplir en enero un año más, sino porque no le encuentro gracia.Las fiestas de obligatoria alegría sin motivo real alguno, me aburren a morir: el sombrerito, el pito y hasta las serpentinas me molestan, de modo que desde hace años y en vida de mis padres y de mis hermanas, cenábamos en la casa de la familia, tomábamos una copa de champaña a las 12 de la noche teniendo como música de fondo el Himno Nacional y no a Juanes, Fonseca o Vives y comiendo a velocidades las uvas que mi padre repartía con regocijo. Éramos unas 10 personas sin sombreritos ni boberías de esas, que me recordaban a una prestante familia de Bogotá que hacia su propio reinado de belleza y coronaba a alguna de las niñas de la familia que paseaban “en guandos” por toda la casa.Mi hijo, innovador de costumbres, organizó una cena en la Plaza de Villa de Leyva, bajo las bellas arcadas y con buena cena del restaurante de un miembro de una familia raizal que aprecio desde hace 30 años cuando me vinculé a esa bella y generalmente mal administrada población; y precedió a esta reunión otra de familia, la de velitas a la cual concurrimos todos en la Villa, y también el día del arreglo del árbol (último sábado de noviembre) que es sagrado.Aún cuando casi todo cambie, hay cosas que perdurarán gracias a una tradición de familia bogotana que se respetará por lo menos hasta mi muerte y ojalá después de ella, como ocurrió con mis padres quienes la heredaron de los suyos y “ainsi de suite” como dicen los franceses.La gente se pregunta: “¿Qué nos traerá este año?” con la esperanza de que algún optimista la convenza de que todo no está tan mal como los pensantes creemos; ¿La paz? ¿La mejor economía del tercer mundo? ¿La disminución de la criminalidad y especialmente de la corrupción? ¿La necesidad de seguir haciendo reformas tributarias que no alcanzan para tapar los huecos que la mala administración en todos los niveles del Estado abre en las finanzas? ¿Mejorará el civismo de los bogotanos que se la pasan dañando la ciudad, asaltando buses de servicio público, destruyendo analfabéticamente los muros y botando basura en los sumideros del alcantarillado para que se inunde la ciudad? ¿Petro será capaz de regenerarse y de hacer en su último año una gran alcaldía? ¡Vana Esperanza! Nada de eso va a suceder, ni el Presidente se volverá un funcionario inteligente y capaz y un acertado gobernante, ni los ministros nos devolverán a la cultura de Atenas y Roma, ni los congresistas a la buena época que vivió Colombia en varios momentos de su vida democrática. Resaltemos que, como lo predije hace muchos meses, el Presidente logró su meta de ser únicamente jefe del Estado y dejó de ser jefe de gobierno, función que delegó totalmente en manos de Germán Vargas y Néstor Humberto Martínez; su única preocupación es ahora es viajar más que Marco Polo para mejorar su imagen, la internacional, con miras a conseguir el Premio Nobel, asunto que sí lo desvela. Pienso, sin ser pesimista, que en el mejor de los casos todo no seguirá igual, sino peor.Ojalá que en la noche del 31 los servidores públicos hayan escrito sus promesas de mejoramiento y lanzado las cartas al fuego purificador; con que un 10% se redimiera, ya estaríamos ganando algo.¡Feliz Año Nuevo!