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La fortaleza de Masada

Decía la semana pasada que a pocos kilómetros del balneario israelí del...

1 de agosto de 2010 Por: Carlos Lleras de la Fuente

Decía la semana pasada que a pocos kilómetros del balneario israelí del Mar Muerto está sobre empinada roca la fortaleza de Masada construida en el Siglo I a.C. por el rey Herodes.Hacia el año 65 d.C. la revolución contra el Imperio Romano sacude Judea, y Vespasiano envía a su hijo Tito a restablecer a sangre y fuego la paz: Jerusalén es saqueada, el Templo de Salomón destruido por segunda vez y dos de las fortalezas judías construidas por el mismo Herodes (Herodion y Maqueronte) caen también ante la fuerza de las legiones.Según la leyenda (que se fundamenta en los escritos del historiador judío Flavio Josefo, quien después se pasó al lado romano) el nuevo gobernador de Judea, Flavio Silva, se preparó para culminar la ‘limpieza’, dando buena cuenta de Masada.En efecto, en el año 66 d.C. la facción judía de los sicarios se había apoderado de la fortaleza después de asesinar la guarnición romana y cuatro años más tarde llegan a ella 967 personas (zelotes) encabezados por Eleazar Ben Yair, escapadas todas de Jerusalén; eran matrimonios con hijos, unas 200 familias.La fortaleza tenía imponente muralla y sólo podía llegarse a ella por el camino denominado ‘camino de la serpiente’ que se usa hoy en día, pero que afortunadamente ha sido complementado con un ágil teleférico.Desde lo alto se ven claramente los restos de los emplazamientos de la X legión y de las máquinas de guerra en las que los romanos eran maestros. Con todo este poderío los romanos comenzaron a levantar una rampa por el costado más bajo de la roca y por ella a subir las pesadas máquinas dotadas de arietes y catapultas. Dura fue la lucha pero los valientes defensores concluyeron que sus horas estaban contadas e hicieron un pacto de ‘homicidio-suicidio’, parecido en mucho a lo que Jones, el jefe de una macabra secta norteamericana, llevó a efecto 20 siglos más tarde.Y es así como una noche de ese año 70 los hombres asesinaron (?) a sus esposas e hijos y luego se suicidaron; antes la muerte que la esclavitud o la vergüenza de la derrota, que no se por qué trajo a mí mente el bunker de Hitler con los suicidios que allí tuvieron lugar y, concretamente, la muerte de la familia Goebbels: la madre envenena a sus hijos y luego el mariscal asesino la mata a ella y se suicida.Cuando se creó el Estado de Israel (1948) los lideres judíos, y básicamente los sionistas, necesitaban héroes y por ello hicieron de este supuesto evento un hecho histórico encomiable, una vez que el arqueólogo, Yigael Yadín, realizó excavaciones en la fortaleza en los años 70 por cuenta, repito, de los escritos de Flavio Josefo; se encontraron en ella manuscritos, armas y ropa que probaban la presencia de los zelotes y el ataque de los romanos que había tenido lugar; sin embargo, sólo se encontraron restos de 28 cuerpos que fueron sepultados en 1969 con honores militares.Años más tarde (y toda esta información la he recogido de la Revista Historia, número 474 en su año 39) el sociólogo israelita Nachnan Ben-Yehuda -poco popular entre los judíos- ya muerto Yadín trató de echar por tierra toda la leyenda afirmando que ésta había nacido de una confabulación del difunto arqueólogo con historiadores y académicos de Israel, para crear un acto heroico.Según Ben-Yehuda, de la lectura de Flavio Josefo surge que los sicarios judíos también mataron muchos correligionarios y que la revuelta sólo trajo la destrucción de Jerusalén y la muerte de miles de ciudadanos y reitera que en Masada no había zelotes sino sicarios que habían saqueado asentamientos judíos y masacrado cientos de habitantes (Ein Gedi); tampoco fueron héroes y mal se defendieron de modo que lo único que se salva es el suicidio colectivo, que la religión judías desaprueba.Hay mucho más que narrar sobre este episodio apasionante, pero no podremos hacerlo; aún si Ben-Yehuda está en lo cierto, cuando nos encontrábamos en la fortaleza queríamos creer, sin prueba alguna, que la leyenda oficial es la verdadera narración de los hechos.