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Yerbateras

Así se llamaba en mi infancia a las mujeres que habían heredado...

18 de noviembre de 2016 Por: Carlos Jiménez

Así se llamaba en mi infancia a las mujeres que habían heredado de nuestros ancestros el dominio de un memorable saber cuyo rasgo común era la utilización de las yerbas, las hojas y las raíces propias de nuestra extraordinaria biodiversidad, en la preparación de remedios eficaces contra muchas de las enfermedades y dolencias que entonces padecíamos. Y me he vuelto a acordar de ellas en Shanghái, en el concurrido y bullicioso mercado de Yuyuan, situado en el corazón de esta megaurbe hipermoderna que es sin duda la capital económica de la China contemporánea. Allí, en un fascinante laberinto de plazoletas y pabellones diseñados conforme a los patrones de la arquitectura histórica del país y repletos de almacenes y tiendas que ofrecen una variedad prácticamente infinita de mercancías, me topé con un almacén que más que un almacén parecía un templo. O un museo. Por su arquitectura, por el rojo de sus columnas y el dorado de sus lámparas y por una estatua de Buda de tamaño monumental emplazada en la mitad del gran vestíbulo. E incluso por su nombre: Museo de la farmacia tradicional. Pero que no por tan exquisito empaque dejaba de ser lo que es: una tienda que ofrece a compradores y visitantes el inventario prácticamente inagotable de productos naturales que se siguen utilizando en China tanto para abastecer la demanda de los curanderos como la de muchos otros oficios, de tintoreros a impresores, que prefieren esos productos a los que ofrece la industria química. Debo confesar que a la sorpresa y al deslumbramiento ante tamaño descubrimiento, siguieron la rabia y la envidia. Ambas provocadas por el contraste entre el enaltecimiento y el respeto con que los chinos tratan a una farmacopea milenaria y el desdén y -lo que es aún peor - la persecución a la que hemos sometidos al equivalente nuestro de dicha farmacia. Y a quienes tenían el conocimiento de la misma: curanderos y yerbateras. A ambos los hemos maltratado sin ningún miramiento por un ansia fatua de modernidad que, a pesar de lo duradera y obstinada, no ha conseguido que realmente nos modernicemos. Si es que por modernidad entendemos la implantación efectiva de una sociedad urbana e industrializada, que domine la ciencia y la técnica y con suficiente consciencia de sus límites y posibilidades como para entender, como se ha entendido en China, que es necesaria la coexistencia de la farmacia química con la tradicional.

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