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Negociar con China

Un lector me reprocha mi insistencia en buscar en China alternativas a...

15 de octubre de 2010 Por: Carlos Jiménez

Un lector me reprocha mi insistencia en buscar en China alternativas a la financiación de los proyectos estratégicos reunidos en lo que he llamado la Iniciativa ASA. “¿Cómo puede confiar en que los chinos financien una iniciativa como esa (que pretende asegurar la biodiversidad del Andén Pacífico y convertirla en una fuente de beneficios para todos los vallecaucanos) cuando ellos no están dispuestos a invertir ni un solo peso, sino es en su propio beneficio y no en el nuestro? O si no fíjese en la propuesta que hicieron hace poco de comprarnos de un solo golpe 400.000 hectáreas de tierra fértil para desarrollar unos planes en los que ellos ponen todo, ¡hasta la mano de obra¡ O sea que ni siquiera nos van ayudar a resolver el problema del desempleo que ya nos está llegando hasta el cuello”. Yo no estoy, desde luego, de acuerdo con mi irritado lector. Y no porque crea que los chinos son almas benditas, ni porque piense que no tienen ni intereses ni la rotunda voluntad de defenderlos a toda costa. No se han convertido en apenas dos décadas en la segunda potencia económica del mundo, en trance de llegar a ser la primera, si no hubieran defendido muy bien sus intereses. Lo que no sabe mi crítico es que desde cuando propuse por primera vez acudir a China en busca de financiación para la Iniciativa ASA, ya tenía bastante claro quiénes son los chinos y qué pretenden. Y que de lo que se trataba, por lo tanto, no era de apelar a su generosidad para que nos ayudaran desinteresadamente, sino de proponerles un trato mutuamente beneficioso. Ellos tienen unos excedentes de capital verdaderamente astronómicos -que sobrepasan las necesidades de inversión de la propia China- y nosotros, en cambio, tenemos no solamente el Andén Pacífico sino el proyecto estratégico de convertirlo en la base de una formidable empresa científico-técnica, capaz de producir toda clase de beneficios, incluidos los contantes y sonantes. O sea que ellos tienen unos recursos, y nosotros otros, y de allí la necesidad de un pacto que permita la utilización conjunta de los unos y los otros. Ojo: no lograremos nunca ese pacto si vamos a Beijing -como solemos ir a Nueva York, Londres o Madrid- ciegamente convencidos de que nosotros los necesitamos a ellos, pero ellos no nos necesitan. ¡Y claro que nos necesitan! Y más ahora, en plena crisis. Si asumimos firmemente esta verdad, podremos negociar en pie de igualdad con quien más nos convenga.

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