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Los dos árboles

La verdad es que me llevé una sorpresa el otro día, cuando...

23 de diciembre de 2011 Por: Carlos Jiménez

La verdad es que me llevé una sorpresa el otro día, cuando entré a la catedral y descubrí dos árboles de Navidad puestos a cada lado del altar mayor. Y obviamente no por desconocimiento de los rutilantes arbolitos ni porque fuera la primera vez que los veía en estas fechas, que ya son muchos los años de mi vida en los que el árbol iluminado es una imagen tan inseparable de la Navidad, como la nieve que aquí nunca cae y como ese Santa Claus rechoncho que surca el cielo en un trineo repleto de regalos. No, mi sorpresa consistió en ver que el templo de más jerarquía de Cali concedía un lugar tan destacado a un símbolo como el árbol de Navidad, que tiene su origen en las tradiciones germánicas paganas y que además compite abiertamente con el Pesebre como símbolo de la Navidad, que es natividad, que es celebración ritual del nacimiento de Cristo en un pesebre de Belén, esa ciudad hoy sitiada por las tropas israelíes. Y después de la sorpresa, la reflexión: la Iglesia Católica, siempre tan sabia en materia iconográfica, dando por perdida la batalla de la imagen de la Navidad, ha decidido aceptar o por lo menos transigir con la imagen acuñada por los países anglosajones que se ha impuesto en todo el mundo, incluida la remota Asia. Y la mismísima Italia, como lo prueba contundentemente el hecho de que el árbol de Navidad más grande del mundo se construye cada año en Gubbio, un pueblo del norte de la península italiana, y que es un enorme tendido de cables y luminarias que cubre una colina del Monte Ingino, tiene forma de un abeto de 750 metros de alto y 450 de ancho y está coronado por una estrella de 40 por 25 metros de ancho. El 7 de diciembre el Papa lo encendió desde el Vaticano, en un gesto que legitimaba tanto un símbolo ajeno como las nuevas tecnologías de la comunicación: él envió la orden de encendido utilizando un iPad.Yo también quiero rendirme en esta Navidad a la simbología del árbol sólo que no a ese cubierto de nieve que los curanderos germanos llamaban Yggdrasil y que según una leyenda taló San Bonifacio para plantar en su lugar el pino al que propuso por primera vez como símbolo del nacimiento de Cristo y no del renacimiento de la vida en lo más profundo del gélido invierno. Mi árbol de Navidad es el árbol al que Juan Ceballos se ató por 3 días en Bahía de Solano en protesta por la brutal tala de la selva chocoana por la multinacional Colombia Hardwood. Y ruego a Dios para que no lo haya hecho en balde.

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