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La empresa pública

Un lector me reprocha la defensa que hice en mi pasada columna...

20 de julio de 2012 Por: Carlos Jiménez

Un lector me reprocha la defensa que hice en mi pasada columna de la empresa pública, a la que él considera el sumun de la ineficacia y la corrupción. Y no le falta razón a la luz de lo que ha ocurrido en Cali y en Valle con sus empresas públicas, que arrastran un historial muy negro en ese sentido. Pero en lo que se equivoca, aunque quizás no lo sepa, es en descalificar a la empresa pública en general y, sobre todo, en oponerla a la empresa privada en los términos excluyentes de o empresa privada o empresa pública. Porque si algo demuestra la experiencia del capitalismo en los dos últimos siglos es que el mismo no puede funcionar eficazmente sin el apoyo que la empresa pública ofrece a la empresa privada. Y para demostrarlo basta con remitirse directamente a los Estados Unidos de América, cuya paradigmática empresa privada no habría podido, de hecho no puede, funcionar sin la empresa pública. Pensemos, por ejemplo, en el Internet, ese prodigio tecnológico que ha revolucionado nuestro mundo hasta el punto de que ya no es posible realizar ninguna activad económica, política o cultural significativa sin contar con él. Pues bien, el Internet existe porque el Pentágono -que es probablemente la mayor empresa pública que haya existido jamás- financió a fondo perdido al grupo de brillantes investigadores que lo descubrió como una respuesta al desafío de descentralizar los mandos de las Fuerzas Armadas al tiempo que se les mantenía conectados e informados de forma instantánea y segura en el caso de una guerra nuclear. Y lo mismo puede decirse de la energía nuclear, otro fruto del Pentágono. O de los vuelos espaciales y de los satélites que, entre sus muchos usos, incluyen el inventario actualizado de los recursos naturales del planeta que tan útiles resultan a la empresa privada norteamericana para el diseño de sus inversiones estratégicas. Obviamente esta lista de logros revolucionarios puede prolongarse hasta el punto de que tendría que dedicarle varias columnas para presentarla completa. Pero con lo dicho es suficiente para demostrar que si una sociedad capitalista quiere crecer y expandirse y no limitarse simplemente a vegetar, como vegeta la nuestra, tiene que contar con potentes empresas públicas que se encarguen, entre otras cosas, de hacer posible empresas privadas que merezcan ese nombre. Empresas que no se queden en sembrar caña o soya o en importar maíz para vender mazorca por la calle.

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