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La Bienal del Whitney

El mundo del arte norteamericano está en pie de guerra. Él es otra víctima de la virulenta campaña electoral que dio la presidencia a Donald Trump, en la que la violencia verbal desplegada en los medios por los partidarios de una y otra candidatura y la descarada intervención del FBI y la CIA han exacerbado los conflictos previamente existentes

20 de abril de 2017 Por: Carlos Jiménez

El mundo del arte norteamericano está en pie de guerra. Él es otra víctima de la virulenta campaña electoral que dio la presidencia a Donald Trump, en la que la violencia verbal desplegada en los medios por los partidarios de una y otra candidatura y la descarada intervención del FBI y la CIA han exacerbado los conflictos previamente existentes. Los enconos removidos por la campaña apenas han disminuido tras la toma de posesión de Trump y hoy los Estados Unidos de América es una nación profundamente dividida a pesar de los esfuerzos del flamante mandatario por congraciarse con el bando del establishment que tan fieramente se opone a su candidatura y a su presidencia.

A esta beligerancia se debe que en la edición de la bienal del Whitney inaugurada en marzo -en la bella sede diseñada por Renzo Piano en el West side neoyorquino- la polémica la hayan desencadenado obras relacionadas con dichos conflictos sociales y políticos. Destaco dos. Debtfair, un mural del colectivo Occupy Museum, enmarcado por dos gráficos que muestran el alza espectacular de los precios de ambos bienes y presidido por una cita: “The Two Greatest stores of Wealth Internationally Today [are] Contemporary Art [And] Apartments in Manhattan". La noticia de que el arte contemporáneo y los apartamentos en Manhattan son actualmente los más grandes depósitos internacionales de la riqueza irrita aún más cuando se sabe que su autor Larry Frink, uno de los especuladores financieros causantes de esas burbujas y asesor de Trump, es patrono del MoMA.

Aunque también hubo quién se irritó porque la denuncia se hiciera en el Museo Whitney, rival del MoMA, pasando por alto que Occupy Museum ya había desplegado una pancarta en el MoMA denunciando a Frink y exigiendo su dimisión.

La otra obra especialmente polémica es Open Casket, un cuadro de Dona Schutz que pinta el horrible aspecto que tenía la cabeza machacada de Emmett Till, un adolescente negro brutalmente asesinado en 1955 porque supuestamente coqueteó con una mujer blanca. El cuadro no es nada del otro mundo y habría pasado desapercibido si no fuera porque Parker Bright y Pastiche Lumumba, dos artistas afro, se turnaron para plantarse delante de ella con el fin de impedir que el público pudiera verla. ¿El motivo de su protesta? Que están hartos de que los blancos se complazcan con la contemplación de las imágenes de la violencia ejercida contra su pueblo.

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