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El Papa verde

A mí la supervivencia de la Iglesia Católica me resulta fascinante. Tanto...

3 de julio de 2015 Por: Carlos Jiménez

A mí la supervivencia de la Iglesia Católica me resulta fascinante. Tanto que a veces cedo a la tentación de creer que si ha sobrevivido a tantos cambios y cataclismos históricos, a tantas guerras y revoluciones, a tantos errores y a tantos planes de erradicarla de la cabeza y del corazón de los hombres es porque es efectivamente la depositaria de la palabra de Jesús en la Tierra. Y porque el obispo de Roma es realmente su autorizado vicario. Pero como me ha sido negada la gracia de la fe, no me queda más remedio que buscar en este mundo las razones de tan extraordinaria supervivencia. Que son muchas, ciertamente, y entre ellas destaco su capacidad de generar novedades e incluso deslumbrantes anticipaciones que, sabiamente, recubre con el manto venerable de la antigüedad. Así ocurrió con el propio Cristo, cuya “buena nueva” fue expuesta por los apóstoles como el cumplimiento de la promesa hecha por Dios in illo tempore de enviar al pueblo de Israel un mesías capaz de librarlo por fin de su trágico destino. Pablo de Tarso se encargaría de aclarar, sin embargo, que Cristo vino al mundo a redimir a la humanidad y no solo a los israelitas, convirtiendo al cristianismo en una religión ecuménica. Y está ocurriendo ahora, con Laudato si, la nueva y estremecedora encíclica del Papa Francisco, que recupera la figura de San Francisco de Asís para legitimar con la autoridad de los siglos la decisión de la Iglesia de ponerse a la cabeza de los actuales movimientos ecologistas, reinscribiendo en el palimpsesto inagotable de la teología católica los impulsos religiosos que, a escala planetaria y de forma implícita o explícita, son la savia que vivífica dichos movimientos. Porque no hace falta ser un teólogo calificado para darse cuenta que al ecologismo no lo generan solo las evidencias científicas que certifican la existencia del cambio climático que está destruyendo la vida del planeta.A la humanidad nunca le han bastado los datos de la ciencia para movilizarse. Para hacerlo le hacen falta los estímulos a los afectos, los sentimientos y desde luego a la imaginación e incluso la fantasía que suele proporcionar el arte y sin ninguna duda, la religión. Que podrá ser tenebrosa como un memento mori de Valdes Leal o tan despiadada como una novela de Sade. Pero también tan alegre y esperanzadora como el Cántico de las criaturas que ha inspirado la encíclica del Papa.

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