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¿Despido o renuncia?

Ahora mismo yo no sé si a Alvarado lo despidieron o renunció, pero de lo que sí estoy seguro es que la versión de su despido la escuche de sus labios en respuesta a mi pregunta de por qué se había venido a Madrid

21 de enero de 2021 Por: Vicky Perea García

He recibido un mensaje de Myriam Ortiz, exesposa del poeta de Buga Harold Alvarado Tenorio, en el que me pide rectifique la información que di en la columna que dediqué a Mario Arrubla sobre su salida del Marymount Manhattan College de Nueva York, donde fue profesor.

En aquella oportunidad afirmé que lo habían despedido a raíz de un episodio de delirium tremens que protagonizó delante de sus alumnas, un hecho que Myriam no niega y que atribuye a que Alvarado había mezclado la ingesta de pastillas para la gripa con el consumo de alcohol.
Pero que no habría sido el motivo de su despido porque, según ella, él no fue despedido sino que voluntariamente renunció a su codiciada ‘Academic Tenure’ en tan elitista institución educativa, tiempo después de su visita y estancia de dos semanas en mi casa de Madrid.

Ahora mismo yo no sé si a Alvarado lo despidieron o renunció, pero de lo que sí estoy seguro es que la versión de su despido la escuche de sus labios en respuesta a mi pregunta de por qué se había venido a Madrid en pleno período escolar. Incluso recuerdo con precisión su relato del episodio en el que él aparecía interrumpiendo de repente la clase, mirando a la calle por la ventana del aula y advirtiendo en voz alta a sus alumnas que allí fuera estaban los que le querían matar.

Yo entonces di crédito a su relato porque años atrás, en una de esas largas noches de juerga que compartimos en el legendario bar de Williams de la quinta, Alvarado salió y regresó de inmediato para informarnos angustiado de que afuera había un tipo que lo quería matar.
Alarmados, salimos a enfrentarnos a quien le amenazaba, solo para descubrir que la calle a esa hora de la madrugada estaba completamente desierta. ¿Pero Harold, dónde está? “Allí, allí”, nos respondió a gritos, señalando a un poste del alumbrado público situado unos metros más allá.

Pero no fue solo este antecedente el que me movió a creer su versión de lo ocurrido en el Marymount. También ayudó a que le diese crédito la lectura de la copia de la carta que él había enviado a la dirección del College en el que detallaba todas las humillaciones y maltratos que le habían sido infringidos por la misma.

Pero si a la gente hay que creerle -como decía Laureano Gómez - y Myriam tiene razón, todo lo que me contó Alvarado en aquella oportunidad en Madrid no fue otra cosa que un producto más de su fértil imaginación.

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