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Sacudiéndose el miedo

Desesperada por una situación familiar en donde el esposo era la voz...

27 de marzo de 2016 Por: Carlos E. Climent

Desesperada por una situación familiar en donde el esposo era la voz de mando omnipotente fuera de la cual no había salvación, Manuela consulta buscando aliviar su angustia. Claramente su idea no era separarse, no porque no quisiera (pues la saturación había llegado a límites intolerables) sino porque no disponía de los medios económicos.La familia está conformada por ella, una aguantadora ama de casa, el esposo un narcisista, exitoso en negocios agropecuarios, y tres hijos. La menor, una niña de 17 y dos varones uno de 20 y otro de 24. Todos viven bajo el mismo techo y han compartido (en silencio, la madre incluida) el desagrado por la dictadura paterna que ha prevalecido en la casa desde el comienzo de la vida familiar.Las primeras citas estuvieron dedicadas a obtener una historia detallada de la situación, entrevistando individualmente a cada uno de los miembros de la familia. La información recogida era reveladora.Durante los 26 años de matrimonio, el jefe del hogar fue el amo y señor a quién no se le podía discutir nada. Él siempre tenía la primera y la última palabra. Y como era el proveedor, nadie se quejaba para evitarse el riesgo de ser castigado con la indiferencia y el silencio o con la pérdida de ciertos beneficios económicos.En la primera sesión de grupo en la cual la familia intentaría, con la ayuda del terapista, plantear sus quejas, básicamente dirigidas a la omnipotencia paterna, la hija pidió la palabra y se animó a describir tan sólo unas pocas de las conductas reprochables del progenitor.Un frío silencio siguió a esta primera y valiente intervención. Tanto la esposa como los dos hijos mayores, inseguros y asustados, que en privado habían sido pródigos en críticas, no fueron capaces de emitir al comienzo ni un solo comentario negativo.Todos, utilizando frases tibias para referirse a las conductas abusivas del padre, se limitaron a decir en distintas formas: “Nosotros sabemos que lo haces por nuestro bien”. Obviamente no estaban listos para decir: “Tus comentarios son siempre humillantes y tus chistes son muy destructivos”Entretanto el jefe del hogar (que les leía el miedo en la cara), a punta de sarcasmos y flagrantes inexactitudes, trataba de justificarse y de restarle importancia a los comentarios de su hija. Cuando los otros se empezaban a animar intentó terminar la reunión tratando de generar culpas: “Ya está bueno de hablar sólo de lo malo. Yo lo único que hago es trabajar para tenerlos bien a todos ustedes”.La ayuda del terapista puso orden, reconoció ciertos hechos y dejó en evidencia la dinámica familiar que había imperado por años.Al final de la primera cita el resumen fue favorable. El señor quedó bastante aburrido, pero el resto se solidarizó al final con los planteamientos originales de la hija y al menos hablaron de las características dominantes y controladoras.Si bien este no era sino el comienzo de un largo proceso, después en privado los dos hijos mayores reconocerían con alivio: “Se nos quitó el miedo. Incluso estamos relacionándonos mejor con él”

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