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Lo quiero porque lo domino

“De las aguas mansas líbrame Señor, que de las bravas me libro yo”.

27 de junio de 2018 Por: Carlos E. Climent

Sir Daniel Day Lewis es uno de los más reconocidos personajes del cine moderno. Un soberbio actor, que no hizo muchas películas pero ganó tres Oscar, se caracterizó siempre por un carácter original, una mente independiente y una personalidad compleja.

Su más reciente película, El hilo invisible, es desconcertante, en especial cuando se sabe que el actor la eligió (sin aclarar la razón) como culminación para su carrera artística. Y el admirador de este gran actor necesita entender dónde radica la importancia de este film que resulta más enigmático que satisfactorio. Porque lo último que se puede aceptar es que se trate de un giro decadente en el ocaso de una estrella.

A pesar del enigma, el film resulta interesante por varias razones. Unas extraordinarias actuaciones, un “tempo” pausado, una tan fugaz como exquisita sensualidad y ciertamente, una ambientación perfecta.

El hilo invisible describe la vida de un modisto de fama en la sexta década, Woodcok, (Lewis, probablemente representando a Balenciaga) en la plenitud de su carrera. Un narciso, prepotente y egoísta. Además de un bipolar que nunca superó una enfermiza relación con su madre. Quien se encuentra con una humilde mesera mucho más joven, a quien “enamora, convierte en su amante” y luego en su esposa. Muchas evidencias parecen apuntar a que se trata de la representación de su propia vida neurótica torturada que lo llevó a tener serias dificultades en sus relaciones afectivas.

Alma, la mujer inocente, débil, seducida y frágil, sometida por los caprichos de un hombre insensible, a un enclaustramiento donde es la víctima de fuerzas superiores, pero quien está dispuesta a complacer todos los caprichos del hombre que la “ha escogido”. Lo que incluye el maltrato psicológico, la intolerancia y el desprecio, alternados con momentos de intensidad romántica.

Pero lo verdaderamente interesante ocurre cuando el espectador tiene tiempo de “digerir” lo que acaba de ver y descubre que para Alma su aura de inocencia y fragilidad que la llevaban al sometimiento, al sufrimiento cotidiano y a la privación de su libertad, eran sus más poderosas armas de seducción.

El factor realmente dominante no era la prepotencia del gran señor sino “la debilidad” de la víctima.

En lo que parece por momentos un idilio digno de una tragedia shakesperiana, resulta que la fuerza motriz que los unía no era ni el amor, ni la pasión. La fuerza del vínculo para esta pareja, como para muchas otras parejas en la vida real, era la necesidad de cada uno de mantener el control sobre el otro.

Muchos eligen como sus parejas, en un acto inconsciente, a personas limitadas en el campo afectivo así sean unos dictadores. Ellos/as resumen su situación claramente cuando entran en confianza: “Deseo tenerlo/a a pesar de todos sus defectos, porque cuando entra en sus momentos de depresión yo lo/a controlo”. Un planteamiento consciente de muchas personas involucradas en una relación poco satisfactoria, que derivan su mayor gratificación al “ser sometidas” por un dictador a quien al final del camino terminan dominando.

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