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La resistencia a recibir tratamiento psiquiátrico

Muchas personas sabotean, sin quererlo, el tratamiento de sus seres queridos enfermos

3 de diciembre de 2017 Por: Carlos E. Climent

Hace un tiempo atendí a una exitosa profesional preocupada por el evidente deterioro mental de su hijo de 19 años quien había sido diagnosticado como sufriendo de un trastorno bipolar y llevaba varios años de consumo de drogas. Muy acertadamente, los profesionales anteriores le habían recomendado diversas terapias que, para mi sorpresa, nunca se llevaron a cabo.

La explicación ofrecida era que “el muchacho no quería seguir recomendaciones de nadie”. Pero la razón de fondo que pude aclarar un tiempo después, tenía más que ver con las resistencias de la madre que con las del hijo. Cuando se le señalaban sus inconsistencias, o la criticaban, con relación al manejo que le daba a las conductas del hijo, ella cambiaba de médico.

La historia clínica del joven estaba muy clara. Lo que tomó más de tiempo, fue descifrar la enfermedad mental de la madre quien se había pasado buena parte de su vida muy acelerada, siempre transitando al borde del abismo. Su carácter dominante y manipulador, que no admitía contradicción, había contribuido en alguna medida a su éxito profesional. Pero en el campo familiar y afectivo era un desastre por caprichosa y controladora. Quien estaba de acuerdo con ella recibía sus favores económicos y quien se disgustaba con ella por la razón que fuera, caía en desgracia. Tal actitud incluía a toda la familia incluyendo a un esposo dependiente y totalmente dominado por ella.

La revisión de la historia reveló que ella había sufrido desde adolescente múltiples oscilaciones en su estado de ánimo que nadie se atrevía a señalar. Además tenía varios parientes deprimidos y su hermano mayor se había suicidado cuando ella era pequeña. Este último evento-que fue terrible para todos-era el gran secreto familiar del cual ella nunca quiso hablar.

Los enfermos en esta casa eran dos. Pero la mayor resistencia a recibir el tratamiento no era del joven sino de la madre. El factor que impedía que ella permitiera cualquier intervención terapéutica con su hijo era el miedo a considerar que ella misma podría sufrir un trastorno mental. Pensamiento que la fue llevando, cada vez con mayor frecuencia, a hacer juicios equivocados. De los accesos de ira incontrolables estaba pasando a las decisiones absurdas. El ejemplo más destructivo era la obstrucción sistemática del tratamiento de su hijo. Sus parientes, pasivos y callados, se preguntan si no sería buena idea hacerla tratar, pero no se atrevían a decirle nada. Además ella seguía funcionando más o menos bien en su oficina y la familia se había ido adaptando a sus caprichos.

Pero una sobredosis de drogas por parte del hijo, que obligó a hospitalizarlo de emergencia, puso al descubierto el sabotaje inconsciente pero sistemático de la madre al tratamiento de su hijo y permitió iniciar una intervención terapéutica para ambos.

La razón de convivir naturalmente con niveles tan extremos de patología tiene múltiples explicaciones, pero en el fondo siempre está el miedo no confesado a “la locura”, tema que será tratado más adelante.

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