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La lealtad del amor

Los afectos verdaderos sobreviven a los distanciamientos más abismales.

12 de marzo de 2017 Por: Carlos E. Climent

“Camino a casa. Lion” es la historia real de la vida de Saroo Brierley llevada recientemente al cine a través de una producción australiana. Comienza cuando él tenía 5 años y pedía limosna para ayudar a su madre a quien, para sostener a sus hijos, le tocaba ganarse precariamente la vida recogiendo piedras en una cantera cerca de la aldea paupérrima de Ganesg Talai en el norte de la India.
Un día Saroo se queda dormido en el vagón vacío de un tren, recorre 1500 kilómetros y termina en Calcuta. Extraviado en un mundo desconocido y hostil en el cual vaga en medio de aterradoras circunstancias. Finalmente termina en un reformatorio para niños sin hogar y es dado en adopción a una pareja en Tasmania.
La película, con múltiples nominaciones a los premios de la academia, es imperdible. Un guion impecable. Unos escenarios impresionantes. La confirmación de que la perversidad del alma humana es universal está representada por aquellos seres abominables que se roban niños para venderlos a las redes de prostitución infantil.
Pero lo más impactante del filme es el papel del niño, un actor natural, que representa de manera brillante la inteligencia, el valor y el buen juicio en los momentos más críticos. Gracias a esas condiciones, logra eludir muchos peligros para encontrar sosiego en los seres humanos generosos que finalmente lo adoptan.
Pasan muchos años en su nuevo hogar, pero el amor de este niño por su madre biológica y la certeza de que ella, adolorida, lo sigue esperando, hacen que él se decida a buscarla. Juntando los escasos y remotos fragmentos de su memoria, con la ayuda de “Google Earth”, logra calcular con precisión el lugar de su aldea natal y encuentra a su madre. Lo demás es la historia que le dio la vuelta al mundo.
El relato describe con maestría la supervivencia del amor por encima de inimaginables dificultades.
Aquellos que estén preocupados porque sus hijos se encuentran temporalmente distanciados de los afectos verdaderos, confundidos por rencores circunstanciales, víctimas de situaciones de conflicto familiar o de pareja o “secuestrados” por las mentiras, distorsiones y manipulaciones de un progenitor enfermo, no se deben desgastar innecesariamente tratando de corregir situaciones que se antojan como insolubles. El destino es caprichoso y muchas veces encuentra las soluciones más inesperadas.
Dos enseñanzas de la sabiduría popular vienen muy al caso: “La verdad es hija del tiempo” y “Nadie puede engañar a todo el mundo todo el tiempo”.
Los manipuladores terminan finalmente enredados en sus propias redes a pesar de haber apelado a la viveza, la calumnia, la distorsión, el cinismo, la mentira, la compra de testigos o la violación de todas las normas.
Si los conflictos no se solucionan a la velocidad que sería deseable, si la situación de sufrimiento por la distancia persiste, no hay que desesperarse. Lo que corresponde es armarse de paciencia, pues el tiempo se encargará de revelar toda la verdad.
Tarde o temprano el amor leal y la espera inteligente se alían para conformar el más invencible de los poderes.

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