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COLUMNA DE OPINION

Hablar sobre las ideas suicidas

Para el suicida el poder hablar de sus ideas puede significar un alivio.

3 de diciembre de 2018 Por: Carlos E. Climent

Muchas personas prefieren no referirse a aspectos que producen temor porque piensan que, de alguna manera, el solo hecho de hablar aumenta el riesgo de que ocurra o empeore lo que tanto miedo les produce. Es el conocido comportamiento de avestruz, por medio del cual se concluye que para alejar el problema basta con ignorarlo.

Los mitos sobre el suicidio tienden a volverse dogmas populares y no solamente dificultan el diagnóstico temprano, las acciones preventivas y el tratamiento oportuno de serios problemas, sino que pueden precipitar un acto suicida.

En el tema del suicidio hay muchos mitos que pueden tener serias consecuencias: ”Los que hablan sobre el suicidio no lo hacen”. “El suicidio ocurre sin previo aviso” “Los suicidas están decididos a morir”. “Quienes realizan intentos de baja letalidad no están considerando matarse”. Todos los mitos anteriores transmiten ideas erróneas sobre asuntos muy delicados. Pero el mito de más letales consecuencias es el que hace referencia al silencio que debe observarse si alguien expresa ideas de muerte: “Hablar sobre el tema con una persona que está pensando en el suicidio puede precipitar la muerte”.

Lo contrario es lo cierto. En el caso de los adolescentes suicidas este mito es particularmente destructivo pues su inseguridad se oculta detrás de una fachada de silencio prepotente que les impide solicitar ayuda.

Muchas veces lo que más interesa a la persona que ha verbalizado ideas suicidas, es saber si es o no amada y si sus seres queridos tienen un verdadero interés por ella. (Así sus comportamientos y comentarios expresen lo contrario).

La amenaza suicida en cualquiera de sus presentaciones es siempre el producto de una mente enferma que requiere ayuda. El mayor apoyo que puede recibir un enfermo en esas condiciones es ser escuchado con respeto y sin críticas por la familia en primera instancia, y después por un profesional que esté en capacidad de entenderlo y de ofrecer el tratamiento para aliviar sus sentimientos autodestructivos. Con lo cual se logra:

*Transmitir una sensación de optimismo y respeto, por el simple hecho de que alguien le está prestando atención. *Reducir la intensidad de sus ideas al llevarlo a sentir que alguien desea ayudarlo.

*Abrir la puerta para la catarsis emocional, o sea para la descarga de las abrumadoras presiones internas, con lo cual se logra eventualmente reducir la angustia que muchas veces es el disparador final del acto desesperado.

*Proveer la sensación de seguridad y de sentirse comprendido (amado) lo que eventualmente le permitirá compartir sus preocupaciones y sus más profundos sentimientos y temores. *Disminuir el aislamiento al permitir al enfermo la expresión de ideas difíciles de confesar sin someterlo a juicios de valor. *Facilitar la expresión de sus pensamientos.

*Cuestionar su propia irracionalidad.

*Reforzar un contacto saludable que establece un contraste con la perspectiva negativa y brutalmente distorsionada que el suicida, en secreto, tiene de sí mismo y del mundo que lo rodea.

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