El pais
SUSCRÍBETE

El miedo a la libertad

Los tiranos más crueles los lleva cada cual en su interior

6 de marzo de 2022 Por: Vicky Perea García

Desde la publicación de Los tiranos del alma* muchas veces he tratado en esta columna el tema de la dependencia emocional que se expresa a través de comportamientos sumisos, falta de confianza, pobre autoestima, dificultad en la toma de decisiones, inhabilidad para expresar desacuerdo y un temor extremo al abandono, la soledad y la separación.

La dependencia emocional hace parte del carácter de la persona y se encarga de construir la prisión interior mediante alianzas con el miedo, la pasividad, la negación de la realidad y los sentimientos de culpa.

Es probable que la persona nazca con esas características, pero sobre lo que no hay duda es que el carácter dependiente se nutre de circunstancias infortunadas de maltrato que se dan en la infancia a través de, al menos, dos formas. La más obvia la constituyen los padres narcisistas, fríos, egoístas e insensibles por naturaleza. La otra forma, más disimulada pero igualmente destructiva, es la del maltrato a través del mimo excesivo que si bien satisface a algunos padres, tiene como consecuencia unos hijos dependientes, sin límites y no infrecuentemente caprichosos.

La dependencia emocional se manifiesta en lo afectivo, sexual, laboral, profesional, social y económico. Estas circunstancias generan angustia y/o depresión, síntomas tratables, pero cuyo alivio es sólo el comienzo de un proceso terapéutico más profundo.

Uno de los primeros pasos en el proceso de la independencia es combatir la fascinación por la comodidad: “Yo quiero ser libre, pero no quiero incomodarme”, algo imposible, pues la libertad sólo se conquista a través de la lucha cotidiana.

Hombres y mujeres basan sus elecciones de pareja en lo socialmente aceptable, el atractivo físico o el poder económico, pero se llevan grandes chascos cuando descubren la infelicidad detrás de fachadas deleznables. El noviazgo, la luna de miel, las “parejas sin problemas” o las “familias perfectas”, son idealizaciones que no se sostienen mucho tiempo.

La discusión franca puede ser desagradable y generar temor, ansiedad, dolor, rabia y dudas, pero es la única forma de llegar al fondo de las diferencias. Callar o conciliar por comodidad es un grave error, pues impide la solución de los problemas. La realidad nos demuestra que las familias aparentemente impecables en las cuales nadie levanta la voz, no se discute y no hay diferencias importantes, pueden estar muy enfermas. En estas familias, donde reluce la armonía, la bondad y la dulzura pueden estarse cocinando, en secreto, grandes rencores y profundas frustraciones.

Cuando el empresario intuye la necesidad de emprender grandes cambios para superar las dificultades de su negocio, pero se espera pasivamente, lo único que logra es complicar los problemas que suelen llevar a la quiebra. El credo de los dependientes incluye una o varias de las siguientes propuestas: “No hablar claro, no cuestionar al servidor de confianza, no exigir un cambio al cónyuge, no ponerle límites al hijo, etcétera”. En resumen, no tomar las medidas necesarias porque resultan incómodas.

El obstáculo mayor para salir del cautiverio no radica en el poder del tirano de turno, sino en la fuerza brutal del miedo a la libertad que habita en lo profundo del alma de las personas dependientes.

*Panamericana Editorial 2010

AHORA EN Carlos E Climent