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Tierra, oportunidad y voluntad

Uno de los trabajos más fascinantes dentro de todo el aparato estatal...

14 de marzo de 2014 Por: Carlina Toledo Patterson

Uno de los trabajos más fascinantes dentro de todo el aparato estatal es de lejos el de Alto Comisionado para la Reintegración. El día a día debe ser bastante distinto al de quienes laboran en la mayoría de las dependencias del Gobierno y en ese sentido además de admirable por lo duro en términos emocionales, es envidiable por el acervo de información sobre nuestra guerra que reciben, razón por la cual conocen de primera mano las causas más ocultas por las cuales unos y otros se marginaron de la legalidad.Estar frente a quienes han conformado los grupos organizados al margen de la ley y que han hecho daño a muchos, mirarlos a los ojos como seres humanos que quieren volver a ser parte activa y legal de la sociedad, escuchar de ellos eso que se llama la verdad histórica del conflicto armado y poder hacer todo lo anterior con un corazón despojado de odios, es claramente de quitársele el sombrero. Francamente siento que en Colombia esa labor de construcción de paz no se está valorando como es debido y pocos se están dando la pela para garantizar su continuidad. Incluyendo al mismo Estado.El reto de la ACR es inmenso porque no solo busca el cambio en el ‘chip’ mental de un grupo humano que estuvo al margen de la ley, sino que busca cambiar también el de todos quienes sí estamos dentro de la legalidad. En el punto de confluencia entre unos y otros, y en las condiciones que está facilitando el Estado como tal, está el quid del asunto. A diciembre de 2013, 30.692 personas estaban en proceso de reintegración en Colombia. De ellas, únicamente 1.614 tienen un contrato a término fijo o indefinido con una empresa formal, aunque algunas sacan pecho diciendo que contribuyen al proceso con x o y miles de personas. Seamos honestos, los empresarios no quieren tener a un reintegrado en su nómina porque lo consideran un riesgo y en ese sentido la contribución es ‘de lejitos’, vinculándolo a su cadena de abastecimiento a través de la compra de productos que esté generando su nuevo proyecto de vida. Tienen sus razones y mi objetivo más que juzgarlos, es mirar cómo aún bajo esas condiciones, podemos garantizarle a ese grupo humano el éxito que quiere desde la vida legal. La mayoría son gente del campo y lo que saben es cultivarla, no conocen ni quieren conocer de horarios y jefes. Pero eso no exonera a empresarios e industriales de su responsabilidad, los pone en una coyuntura en la cual ejercer su influencia con el Estado es clave.En una historia de éxito publicada recientemente por este diario, se exponía el caso de los tres hermanos Gómez, unos caucanos, cultivadores de ají en El Tambor (Valle), y quienes fueron integrantes de las Farc. Hoy son proveedores de una importante compañía local y son muestra de que en el campo está el futuro de los procesos de reintegración.Allí lo tenemos todo: tierras, oportunidades, voluntades, conocimiento. En realidad lo único que faltan son garantías para la sostenibilidad de los procesos productivos. Así como deben tenerlas los inversionistas en proyectos agrícolas de gran magnitud, también las deben tener los agricultores que quieren vivir de sus parcelas. El capital semilla de $8 millones que da la ACR es un comienzo, pero de ahí en adelante lo que siguen son gastos, necesidades de créditos y de una ruta clara de comercialización. Está claro que el campo no les está siendo favorable a todos y en ese sentido, no es la tierra de oportunidades que debiera ser.