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Es el comienzo del fin

Gustavo Petro, el alcalde Mayor de Bogotá, generó la semana pasada un...

20 de enero de 2012 Por: Carlina Toledo Patterson

Gustavo Petro, el alcalde Mayor de Bogotá, generó la semana pasada un interesante debate en torno de la permanencia de la fiesta brava en Bogotá, al negarse a patrocinar con dineros del erario público la temporada taurina. La estocada final que dejó bien claro a todos su punto de vista, fue ni siquiera haber nombrado a quien lo representase en el palco designado al burgomaestre en la Plaza de Santa María.Claramente el solo hecho de haber puesto sobre el tapete el tema de una manera tan contundente ha motivado que muchos no sólo manifiesten sus posiciones al respecto, sino que ha llevado a que algunos escarben en sus conciencias y se den cuenta que aún siendo un arte amado, no es sostenible en el tiempo.Lo que es evidente es que la afición por la fiesta brava no es coherente con los principios con los cuales gran parte de los colombianos viven sus vidas. Nadie con dos dedos de frente está de acuerdo con el maltrato animal y tampoco el humano y es obvio que matar a un toro en un ruedo delante de miles de personas, no difiere mucho en términos prácticos de patear a un búho en un estadio o golpear hasta la muerte a un perro; también considero que la mayoría de colombianos le rendimos un culto febril a la vida y no a la muerte. No obstante, existimos quienes también amamos una tarde de buenos toros. Particularmente valoro el recuerdo de las faenas magistrales vistas en Las Ventas, Cañaveralejo, e Iñaquito y la Belmonte en Quito; así como algunas no tan magistrales, pero igual de valiosas en conocimiento, apreciadas en muchas plazas preciosas de Andalucía. Pienso que cuando una persona es capaz de derramar una lágrima al apreciar el arte de una buena lidia, es un consumado aficionado a los toros.Lo que sí es importante admitir es que quienes estamos desfasados de la realidad del mundo actual somos nosotros los aficionados, no aquellos quienes sostienen que la fiesta brava debe acabarse, porque nadie puede negar que una corrida de toros por más que sea una costumbre cultural y artística, es puntualmente una oda macabra a la muerte. Eso dentro del contexto vigente de las sociedades de hoy, no es algo que se vislumbre pueda perdurar.De manera que tanto Gustavo Petro en Bogotá, como Sergio Fajardo en Medellín no sólo están obrando acorde con sus convicciones, sino que interpretan un sentimiento popular y una tendencia mundial hacia el bienestar y los derechos del ser vivo (léase de dos o de cuatro patas), lo justo, y la prevalencia de la vida. Y así debe ser. Esa es la paradoja de amar algo que se sabe debe acabar.Así como los hijos crecen, maduran y se van, debemos aceptar que es hora de soltar y más vale empezar a pensar cómo vamos a contribuir a que perdure una acertada documentación histórica de esta afición a un arte, con el fin de que las futuras generaciones no miren atrás y nos vean como unos bárbaros promotores de gladiadores, sino como unas personas que creyeron en un mundo de elegancia, valentía, pundonor, casta y nobleza, el cual duró más de tres siglos.En la Semana Santa del año pasado en un mercado de las pulgas en Popayán encontré después de más de diez años de búsqueda una copia vieja de ‘O llevarás luto por mi’, el cual considero una obra de un valor incalculable sobre ese mundo que es tan difícil para unos comprender. Estará en mi biblioteca y espero que a través de sus páginas mis hijos logren entender cómo y por qué pude derramar lágrimas ante la belleza de la muerte de un gran animal.