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En nombre de Dios

La obligación de la Iglesia debe ser entregar a la justicia toda denuncia que reciba y contribuir a que los casos se conozcan, esclarezcan y sean juzgados.

30 de agosto de 2018 Por: Carlina Toledo Patterson

Scooterino es una plataforma virtual a la cual uno accede en caso de necesitar transportarse de un lugar a otro en Roma. Básicamente, es como un Uber en moto, y en moto romana, lo cual no es cualquier cosa.

En 2015, al decretarse el Año Santo de la Misericordia en la Ciudad Eterna, uno de los servicios de Scooterino fue facilitar las consultas sacerdotales a domicilio a aquellos que estaban tras alguna indulgencia por sus ‘pecadillos’. Claramente fue una manera en la cual la Iglesia se adaptaba al mundo actual para llegar a sus feligreses.

El Papa más moderno de la historia decretó ese Año Santo con el fin de “poner más en evidencia la misión de la Iglesia de ser testimonio de la misericordia”. Esto, tal como la estrategia de Scooterino, fue otra manera muy hábil de poner a la Iglesia al servicio del feligrés y reposicionarse como una organización bondadosa, sensible y dispuesta a aceptar que los humanos cometemos errores y podemos ser perdonados por ellos.
En últimas, mostrarse como el ideal de lo que debiera ser la Iglesia.
El reposicionamiento era necesario porque detrás de toda la fachada comenzaba a filtrarse desde hace años y a pasos agigantados el escándalo más grande que ha afectado a esa institución desde que fue creada y que hace ver a los degenerados de la familia Borgia como unos pequeños traviesos.

Las violaciones de niños por parte de curas son hechos abominables, como lo son todas las violaciones.

El componente de que los victimar
ios sean personas ungidas como representantes de Dios en la tierra hacen que a mi manera de ver sea todo bastante más grave y el resultado obvio es que a raíz de eso haya tantos y tantos desertores y críticos de la Iglesia como institución.

El Papa Francisco decidió capotear el tema, porque en primer lugar era inevitable, y además pienso que por ser el ser humano excepcional que es, sintió que era su deber moral.

Estoy segura que no ha sido fácil para él y tiene que haber pasado por momentos desgarradores escuchando en el Vaticano los testimonios de tres víctimas chilenas, y más recientemente en Irlanda, a ocho víctimas más. Aunque tuvo que sufrir, debo decir que me alegro porque es la única manera en la cual uno puede sentir empatía por los millones de víctimas. Escucharlos, llorar con ellos, abrazarlos y ver en sus miradas que tienen las almas quebradas.

Lo anterior fue en realidad la única manera de lograr que emitiera una declaración oficial al respecto en Irlanda, aunque se consideró como una condena a medias. Hace meses en su visita a Chile no dijo ni mu y fue ampliamente criticado por ello.

Yo lo que creo es que la condena a los curas violadores no puede ser a medias. Mucho menos podemos seguir aceptando que los manden a retiros espirituales o que simplemente los aparten de sus funciones o los cambien de parroquia.

La obligación de la Iglesia debe ser entregar a la justicia toda denuncia que reciba y contribuir a que los casos se conozcan, esclarezcan y sean juzgados.

Estamos ad portas de que se comience a tramitar la cadena perpetua para violadores de niños, lo cual ha sido un pendiente que tenemos los colombianos con las víctimas y que el actual Presidente ha prometido que será una realidad.

Dios quiera que así sea, porque definitivamente Él no puede seguir aceptando que en su nombre haya escoria haciendo de las suyas con los más confiados e inocentes. Esos aberrados deben pasar el resto de sus días tras las rejas y a solas con sus negras conciencias.

Sigue en Twitter @CarlinaToledoP