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Tradiciones

Más que un cierto ‘aire de familia’ lo que comparten Marruecos y el trópico hispanoamericano son indudables tradiciones.

11 de julio de 2018 Por: Benjamin Barney Caldas

Más que un cierto ‘aire de familia’ lo que comparten Marruecos y el trópico hispanoamericano son indudables tradiciones. Al fin y al cabo la mayoría de los musulmanes que conquistaron la Península Ibérica, permaneciendo cerca de ocho siglos, eran berebers, y luego buena parte de los conquistadores españoles del Nuevo Mundo fueron extremeños y andaluces. Las gentes de allá y de aquí son muchas tan parecidas que nadie se daría cuenta si se intercambiaran, ni siquiera al hablar, pues allá muchos hablan español. Lo que si los diferencia es su comportamiento en la ciudad: allá son ordenados, silenciosos y respetuosos, y no hay limosneros, y aquí todo lo contrario.

Como señaló Fernando Chueca-Goitia (Invariantes castizos de la Arquitectura Española, / Invariantes en la Arquitectura Hispanoamericana, 1979) aquí quedó la religión, lengua y arquitectura, y el saber gozar del andaluz del que habla Gustavo Álvarez Gardeazábal (Diario ADN, 09/05/ 2018). Pequeñas ciudades que allá, como antes aquí, gozan sus climas y paisajes: dos mares, valles y montañas, allá de arena y rocas, amarillas, grises y negras, y aquí verdes de todos los colores, ya lo vio Aurelio Arturo (Morada al Sur, 1963), por su variada y aún profusa vegetación, que allá se limita a pequeños y bellos valles con palmeras, oasis en los que se bañan y comen como antes aquí en los ríos.

Las casas de allá y de antes acá, son de muros de adobes o tapia pisada, allá con azoteas (que llaman terrazas) las que aquí pronto se remplazaron con techumbres de ‘tejas árabes’ por las frecuentes lluvias. Y alrededor de patios, pequeños y altos allá (un riad), que en el verano dejan el calor afuera y entran el agua a sus pequeñas fuentes, o que en los climas calientes y templados permanentes de acá dejan entrar la brisa, correr el agua por sonoras acequias y con vegetación que dé sombras; y todos, allá y acá, entran el cielo a las viviendas y garantizaban la privacidad de las familias extensas de antes. Pero mientras allá muchas se las convirtió en agradables hoteles aquí se demolieron para hacer edificios.

Privacidad que nos llegó de allá, pero mientras que allá se mantiene en su mayor parte, aquí se invirtió olvidando los patios, cambiando las casas por sosos apartamentos con grandes ventanales, que hay que cerrar con cortinas para que las miradas ajenas y el sol no entren. Al tiempo que los centros comerciales gringos reemplazaron nuestros entrañables mercados tradicionales tan parecidos a los zocos, que sí se conservan allá, lo mismo que los alminares de las mezquitas, iguales a los campanarios exentos que aquí tienen muchas iglesias coloniales, como lo es la Torre Mudéjar de Cali, lo que indica la importancia de familiarizarse con las tradiciones arquitectónicas, que allá respetan o reinterpretan.
Allá las ciudades, sin redes aéreas ni propaganda exterior y con pocas antenas repetidoras camufladas en palmas, y calles con pórticos y muchos callejones pero con pocas y suficientes avenidas con amplios andenes, que poco se usan pues hay buen transporte público y las más grandes con tren urbano, y la gente se concentra en los centros más pequeños y peatonales. Casi no hay semáforos y los cruces se resuelven con pequeñas glorietas en las que se cede el paso. No hay puentes peatonales pero sí ‘cebras’ en muchas esquinas, en las que los peatones tienen prioridad, lo mismo que en los suaves ‘pasos pompeyanos’ que los conductores respetan con amabilidad y sin pitar pues viven sin afanes, como antes aquí.


Sigue en Twitter @BarneyCaldas

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