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Fuego y arquitectura

“Con la conquista del fuego nacen las artes, al menos en el sentido griego de técnicas y, por consiguiente, el dominio del hombre sobre la naturaleza”, señala Umberto Eco...

21 de marzo de 2019 Por: Benjamin Barney Caldas

“Con la conquista del fuego nacen las artes, al menos en el sentido griego de técnicas y, por consiguiente, el dominio del hombre sobre la naturaleza”, señala Umberto Eco, “pero la experiencia del fuego se expone a ir reduciéndose cada vez más” (A hombros de gigantes, 2018, p.151 y 131). Sin embargo, lo que perdura (o debería) es el hecho de que la llama es bella y variada, como lo es en una chimenea o en una sencilla vela, y de ahí que en la noche sea mejor cenar con velas y no solo comida: esta, y los comensales, se ven más bellos y variados. Y algo similar sucede con la arquitectura, pues es la luz la que la hace ver, y la que le da belleza y variedad a sus diversos ambientes.

Las cubiertas inclinadas y a base de elementos pequeños son variadas y bellas, como nuestras techumbres tradicionales desde cuando los colonizadores españoles pronto realizaron que las azoteas en el trópico lluvioso no funcionaban bien. Como tampoco las cubiertas planas de la vulgarización de la arquitectura moderna, que ni siquiera se pueden ver ya que solo es posible desde lo alto de los edificios vecinos. Porque desde luego otra cosa son las azoteas, a las que los más reconocidos arquitectos modernos pusieron algo en ellas, como Le Corbusier, un jardín, pero Mies van der Rohe no tuvo que hacerlo en la casa Farnsworth, pues el bosque se ve sobre ella, y Wright sencillamente no las hizo.

Las paredes de piedra, ladrillo, bloques de cemento u hormigón abujardado son de lejos más resistentes además de variadas y bellas.
Pero también lo son las que están cubiertas con algún acabado que deja sentir la textura debida tanto a los elementos repetidos de la pared dejados a la vista, como ladrillos o bloques, o cuando se los cubre con repellos rústicos. O cuando se las encala en lugar de pintarlas con pinturas químicas lisas sobre estucos lisos, en los que, al no presentar variedad alguna, cualquier mancha es fea; por eso cuando por las razones que sea se hagan necesarios ese tipo de terminados hay que ver cómo se les puede dar la belleza y variedad que no tienen de entrada.
Los suelos de porcelanato, como en general todas las imitaciones de los materiales naturales, a la larga nunca serán bellos y desde el inicio no son variados. Como sí lo son los de gran variedad de piedras, ladrillos y tablas de madera y sus muchas dimensiones y maneras de ponerlos, o los de hormigón no liso. Y habría que agregar las esteras, alfombras y tapices, con que se los recubre, y siempre considerando la luz que recibirán, el clima que afrontarán y el tránsito que recibirán. Y desde luego los muebles que los cubrirán en parte, lo que antes no importaba tanto pues los espacios solían ser más grandes y los muebles más pequeños, pero ahora es lo contrario y ya poco tienen que ver con la arquitectura.

Los ambientes son, arquitectónicamente, espacios determinados por sus paredes, suelos y cielos similares total o parcialmente. Y varían según todos ellos pero sólo serán bellos, además de sus proporciones y formas, según sean armónicos o no sus diferentes terminados. Basta con imaginar el interior de un cubo cuyas seis superficies sean exactamente iguales o, por lo contrario, todas diferentes. Lo procedente es diferenciarlas, ya sea las paredes por un lado y el cielo y el suelo por otro cada uno, pero sin perder nunca el que estén bien relacionados, y adecuadamente. Y si lo están cuando lleguen los muebles y después la gente, casi serán bellos y variados como la luz de una vela.

Sigue en Twitter @BarneyCaldas

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