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El patrimonio cultural

Es el encanto y el sosiego que se vive en las casas de hacienda que aún quedan en el valle alto del río Cauca. Si Diego Angulo llamaba con razón a La Nueva Granada “La Mudéjar”

23 de junio de 2021 Por: Benjamin Barney Caldas

Como lo precisó Fernando Chueca-Goitia “el Cristianismo, el Idioma y la Arquitectura son los tres grandes legados que España ha dejado en este vasto continente” (Invariantes castizos de la Arquitectura Española / Invariantes en la Arquitectura Hispanoamericana, 1979). El español, junto con el portugués (iberoromances muy relacionados), ya son a inicios del siglo XXI las segundas lenguas nativas más habladas después del Mandarín. Y la arquitectura de tradición hispanomusulmana, con algunas técnicas aborígenes y el trabajo de esclavos africanos, es lo mejor de muchas ciudades y campos en Iberoamérica; e incluso en el suroeste de Norteamérica que fue parte de México.

Por eso María Dueñas en su novela Misión Olvido, 2012, (el permanente encuentro y reencuentro de dos lenguas y dos mundos) describiendo las ruinas de San Francisco Solano, popularmente conocida como Sonoma, una de las 21 misiones a lo largo del Camino Real en California, dice que era: “Simple, blanca, austera [con] tejas de barro [y] el sol contra la cal”.
Luego señala que “poco quedaba en pie del edificio original [pero] permanecían la estética, el alma y la estructura…”. Y concluye señalando que “el sitio rebosaba encanto y provocaba sosiego a la vez [pese a sus] muros desplomados, techados a punto del derrumbe o en la mera ruina”. (pp. 341 y 342).

Es el encanto y el sosiego que se vive en las casas de hacienda que aún quedan en el valle alto del río Cauca. Si Diego Angulo llamaba con razón a La Nueva Granada “La Mudéjar”, Cali con su Torre Mudéjar era la más mudéjar. Es muy sugestiva la evidente presencia hispanomusulmana y bereber en el Alto Cauca, palpable además en las monturas y aperos de caballos, dulces y comidas, palabras y acentos y algunos comportamientos y tipos humanos; y por supuesto en la antigua tradición de correr toros en la Plaza Mayor y en el ojalá (del árabe: wa-sá Alläh: y quiera Dios) de uso común en la región, o zaguán (del árabe hispánico: istawán), ese sutil espacio entre la ciudad y la casa.

Igual es el caso del no tan viejo barrio de San Antonio en Cali con su urbanismo tradicional en damero, la proximidad de la Colina de San Antonio con su bella capilla colonial arriba y la vista que desde ella se disfruta de la ciudad y del cerro de Las Tres Cruces y atrás el de Cristo Rey; sus tradicionales tiendas de esquina, algunas cafeterías populares, unos pocos buenos restaurantes y la austera arquitectura de sus locales.
Todo lo cual, junto con los turistas extranjeros que lo seleccionan para sus estadías, lleva a los verdaderos habitantes del barrio a sentirse allí y al mismo tiempo en otras partes de los dos continentes, lo que constituye otra más de las sorpresas de San Antonio.

El patrimonio cultural, dice la Unesco, es la herencia cultural propia del pasado de una comunidad, con la que ésta vive en la actualidad y que transmite a las generaciones presentes y futuras. Y el patrimonio arquitectónico, por su parte, es un edificio, un conjunto de edificios o sus ruinas que, con el paso del tiempo han adquirido un valor que va mucho más allá del encargo original, y que puede ser cultural, emocional, físico o intangible, histórico o técnico. Por eso, como dice Kenzo Tange: “Lo único que sabemos de la ciudad del futuro es que nos tocará convivir con las ruinas del presente”, las que en Cali no rebosan encanto ni provocan sosiego como es el caso de las de la Sagrada Familia.
Sigue en Twitter @BarneyCaldas

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