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Zoom

Mi generación pasó del teléfono fijo y de la Underwood, a aprender a la brava los mecanismos de la era virtual.

30 de julio de 2020 Por: Beatriz López

María Fernanda, mi bella e inteligente sobrina, me habló del Zoom hace cuatro meses, cuando apenas empezaban la pandemia y este encierro que parece prolongarse hasta el infinitum. Pues bien, el Zoom se ha convertido en la nueva arma de comunicación virtual, cuando gremios, orquestas, empresas y hasta el Congreso, requieran la presencia de sus miembros.

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Mi generación pasó del teléfono fijo y de la Underwood, a aprender a la brava los mecanismos de la era virtual. El Iphone debe cambiarse cada año para estar al día con las nuevas aplicaciones, el Internet no funciona sin la fibra óptica y el sistema bancario convirtió en pesadilla la exigencia de las claves dinámicas para evitar fraudes.

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Y así como he disfrutado al máximo las conferencias de María Antonia Garcés sobre el ‘Quijote’, una de las más reconocidas expertas sobre la obra cumbre de Cervantes, no dejan de preocuparme las sesiones del Congreso, donde los padres de la patria tratan de darle veracidad a unas sesiones que hacen latente la división que tiene fracturado al país.

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Durante la apertura del Congreso, después de que el presidente Duque finalizó su fogoso discurso en el que prometió enfrentar “el desafío del presente para construir con fuerza un mejor futuro” y a “desafiar la política de odio que promueven los que fracturan el país”, se oyeron unos tímidos clap, clap, salió de la pantalla y olvidó dar paso a la apertura de la plenaria. Casi diez minutos eternos se demoró para pronunciar la frase protocolaria.

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Y, eso no fue todo. Minutos después vino el lapsus contra la vocera de la oposición y sobreviviente del genocidio de la Unión Patriótica, Aída Avello, al llamarla extra micrófono: “La vieja esa”, que borró de un plumazo el contenido de su discurso. Las redes sociales le cobraron el talante conciliador en público, y la intolerancia y el señalamiento fuera de pantalla.

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Ahora veamos el sistema bancario, que ha perdido humanidad para convertirse en una máquina de acumular dinero, y cuyos empleados son como robots, que solo responden a través de las app. Mi tarjeta de crédito de Bancolombia fue hackeada en diciembre y de inmediato llame para cancelarla. No así, a los pocos días me anunciaron por internet que iban a bloquearla porque había una transacción sospechosa.

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Acepté renovar la tarjeta pero suspendí la de ahorros. Hace unos días recibí una llamada de una supuesta empleada de ese banco para informarme que me iban a eliminar el pago de la cuota de manejo de la tarjeta de crédito, y el requisito era simple: dar el número de la misma.

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La empleada dio su nombre, número de la sección, etc. y empecé a creerle, pero cuando me solicitó la clave secreta, monte en cólera y la chica asustada me pasó al departamento de seguridad del Banco. El hombre con voz de gerente, me insistió en que debía dar esa clave. Le dije que llamaría a las autoridades y colgó. Epílogo: cancelé la tarjeta. Dos hackeadas son suficientes.