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Colombia profunda

¿Cómo hemos conocido los colombianos los sitios más apartados de esta ‘periferia indómita’ que es nuestro país? Son los grupos alzados en armas, llámense guerrillas, paramilitares o narcotraficantes, los que han reemplazado al Instituto Agustín Codazzi, para señalarnos en el mapa el horror de las 728 masacres ocurridas entre 1982 y 2013.

3 de marzo de 2017 Por: Beatriz López

¿Cómo hemos conocido los colombianos los sitios más apartados de esta ‘periferia indómita’ que es nuestro país? Son los grupos alzados en armas, llámense guerrillas, paramilitares o narcotraficantes, los que han reemplazado al Instituto Agustín Codazzi, para señalarnos en el mapa el horror de las 728 masacres ocurridas entre 1982 y 2013. Solo unos nombres: Chengue, Ituango, Mapiripán, El Salado, Bojayá, La Rochela, Curumaní, El Naya, Peque.

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Toda esta historia de horror está escrita en ‘Memoria histórica’, publicada como un anticipo a los diálogos de La Habana. Pero la verdadera historia de la Colombia profunda, que está metida en las selvas, los ríos, las montañas (que ahora servirá de asiento para los guerrilleros desmovilizados), y sobre todo en la Amazonía, se ha podido vislumbrar gracias a dos norteamericanos: Richard Evans Schultes, director del museo Botánico de Harvard, y Wade Davis, su discípulo.

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En el 2010 leí ‘El río’, escrito por Davis, el antropólogo y explorador botánico que siguió los pasos de su profesor en Harvard Richard Schultes, el etnobiólogo que viajó a Leticia, durante la II Guerra Mundial, con el encargo de investigar la producción de los árboles caucheros con miras a utilizar el producto en llantas de tractores y aviones.

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Schulter quedó atrapado por la magia y el embrujo de la selva hasta convertirse no solo en la mayor autoridad en plantas alucinógenas, como el yagé y la coca, sino que descubrió exóticas variedades de orquídeas y aprendió el uso de las plantas medicinales, el curare y la quina, entre otros. Durante 12 años entabló una profunda amistad con los grupos indígenas que poblaban el Amazonas e inculcó a sus discípulos de Harvard el respeto a los sitios sagrados de las etnias y sus rituales.

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La única referencia literaria que tenía mi generación del Amazonas, era ‘La Vorágine’, de José Eustasio Rivera, donde el escritor denuncia los horrores de la Casa Arana con los indígenas y colonos que extraían el caucho. Nada más. Pero llegó ‘El río’ de Wade Davis, y fue allí donde palpamos realmente la Colombia profunda. El río Apoporis, de pronto empezó a ser parte de nuestro lenguaje. Dorado realizó un documental sobre él. Y el ‘Abrazo de la serpiente’ que estuvo cerca del Óscar, también fue realizado gracias al libro de Davis.

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Casualmente, el antropólogo acaba de estar en Cali, invitado por el zootecnista Carlos Mario Wagner, director de Birdfair, que ha logrado en tres años convocar a centenares de nacionales y extranjeros a descubrir el paradisíaco Valle del Cauca, a través del avistamiento de aves. Davis no solo nos quitó la venda sobre el Amazonas, sino que se enamoró de Colombia. Durante su conferencia en el Hotel Spiwak, nos hizo sentir culpables cuando se refería a este país mágico por su biodiversidad incomparable, y a la gran oportunidad de crecer con la paz. ¡Está empecinado en rescatar el río Magdalena! Les recomiendo la entrevista de Mauricio González, jefe de Experiencias Digitales de El País, publicada el 17 de febrero.

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PD: Mientras protestamos porque en el Valle no ha habido relevo generacional, llega el libro ‘Mis Paisanos’, de Alfonso Bonilla Aragón, el periodista que escribió la historia de los hombres que hicieron grande al Valle. Felicitaciones a la Universidad del Valle y a Ximena, la hija de Bonar, que hicieron posible la publicación del manual que señala acertadamente, quién es quién en este amado terruño.