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Postales de una vida

Sentí un corrientazo por dentro, como si me hubieran inyectado un líquido de contraste en mis venas y salieran a luz recuerdos míos.

12 de julio de 2021 Por: Aura Lucía Mera

Domingo en la noche. Me llega de sorpresa ‘Postales de Vida’, de Plinio Apuleyo Mendoza. A veces el destino me regala tesoros inesperados.
Empiezo el ritual de quitar con tijeras, mordiscos y una uña que queda astillada el forro de plástico que lo envuelve. Lo abro, leo el orden de los capítulos. Son cortos, pincelazos de sus más memorables recuerdos:

La Bogotá de otros tiempos. El síndrome de París. Roma, un amor tardío. La Segovia de Machado. Volver a Barranquilla. El inolvidable Camilo.
Marvel. Colombia olvidada. Memoria de Boyacá. Elvira mi hermana. La vocación de La Tavera. Recuerdos memorables de Gabo. Un triste adiós a Neruda. El legado de Botero. Mi bendito nombre. Mis orejas y yo. La vejez una compañera ineludible...

Sentí un corrientazo por dentro, como si me hubieran inyectado un líquido de contraste en mis venas y salieran a luz recuerdos míos. Por casualidad fui testigo de muchos de ellos, vuelven a mi como flashes, luminosos y nítidos.

Estocolmo. Esa mesa de los 30 colombianos vestidos de gala, aplaudiendo entre lágrimas de alegría el desfile de los grupos folclóricos del país; ese instante único en que la reina inició el aplauso rítmico que siguieron los mil invitados al banquete; esa foto histórica de sus más cercanos amigos vestidos de riguroso frac y Gabo en medio con su liqui liqui blanco.

Su apartamento en París donde me alojé unos días, coincidiendo con el matrimonio de Marvel, su primera esposa. Él era padrino. Estaba nervioso. Al salir para la ceremonia dejó abierto el grifo de la tina y de pronto escuché unos golpes fuertes en la puerta. Abrí y era la anciana del piso de abajo, repitiendo unas palabras al comienzo incomprensibles para mí. “L’eau coule dans mon salon”, al fin entendí que el agua se había rebosado y caía un chorro sobre la sala de la dama. Cuando Plinio regresó se encontró con que ‘les pompiers’ ya habían cumplido su misión.

Su ‘amor tardío’ por Roma. En un viaje con mi mamá y mi hermana, con él y Patricia Tavera, su segunda señora, una de las mejores pintoras de Colombia y amiga del alma, tuvimos la oportunidad de charlar del hechizo de esa ciudad cuando se descubren sus rincones secretos, que se bañan de ocre al atardecer.

Conocí a Elvira, su hermana. Fuimos amigas. Una mujer fuera de lo común, con el periodismo en las venas. Recuerdo que fue la única que logró meter rollos de fotografía dentro de un tubo de pasta dental a la Embajada Dominicana en la toma del M19 y publicarlas después en su revista Al Día. Fueron muchos los almuerzos en su apartamento de Rosales donde siempre se debatían ideas y se compartían carcajadas.
Recuerdo de Elvira su colonia, la primera de Ralph Lauren, en su envase color vino. Su casa olía a ella. Decidí copiarla y lo use hasta que desapareció del mercado. Viajé de Cali a Bogotá para darle un último adiós.

Estando en la fría capital supe de su isquemia. Con Juan Vitta, otro amigo del alma, remplazábamos a Patricia en la clínica para acompañarlo y ayudarle en su fisioterapia. Parecía un niño asustado, lúcido y sin entender qué le había pasado. Su mente intacta, un milagro.

Plinio siempre ha sido un amigo incondicional. De mente brillante, mezcla rara de nostalgia boyacense y sentido del humor cáustico, esos silencios prolongados cuando se enfrasca en mutismos. Siempre me siento bienvenida en su casa y La Tavera como la llama, es la única que lo entiende, lo quiere, lo regaña y lo amansa. Discutimos en política. Nunca entendí su “pasada al uribismo”. Terminamos riéndonos. La amistad queda intacta.

Vuelvo al libro. Esas Postales de su vida son una obra de arte, parecen esculpidas por un cincel de palabras seleccionadas desde el fondo de su corazón para compartirnos letra a letra como latidos, no solo sus recuerdos más emotivos sino las historias de esas Colombias que vivió. Postales. Instantes. Cápsulas combinadas de paisajes, colores, tristezas y añoranzas. Los años no le doblegan la mente ni ese sentido del humor cuando reconoce que ha sobrevivido al tamaño de sus orejas y al despropósito de su nombre, Plinio Apuleyo Mendoza. Un pequeño tesoro lleno de vida ya al borde de sus 90 calendarios. ¡Imperdible!
Gracias Plinio. A pesar delas orejas y el uribismo tardío él sabe que lo llevo en mi corazón.

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