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Martes santo

Según la tradición cristiana este martes fue el de la última cena. Este martes santo de luna llena y esplendorosa.

6 de abril de 2020 Por: Aura Lucía Mera

Según la tradición cristiana este martes fue el de la última cena. Este martes santo de luna llena y esplendorosa será también la noche de ese recuerdo en que Jesús le dio las 30 monedas a Judas para que fuera a cumplir “el mandado” y esa misma noche se quedó mirando de frente a Pedro mientras le decía: “Esta noche antes de que el gallo cante me negarás tres veces”.

Noche interesante, dos mil años después, tendremos luna llena como también traiciones y negaciones. Noche en la cual El Nazareno se levantó de la mesa y marchó solitario hacia un huerto de olivos para enfrentar sus temores y su destino. En una semana la vida le había cambiado para siempre. De ser recibido con palmas y vítores, a caminar solitario, traicionado y abandonado hacia la prisión y la muerte en la cruz, para después renacer, como la luna llena, que también es símbolo de muerte y resurrección.

Recuerdo de pequeña, apenas aprendí a leer y a estarme quieta sin estar saltando como una rana y metiendo la nariz en todas partes, hasta que mis papás me llevaron de las orejas a Palmira donde el Tío Padre para que me “exorcizara” con incienso para “sacarme el diablo que tenía adentro”, pienso que fue mi primer contacto con sustancias raras, quedé mareada con el olor y me gustó la sensación.

La verdad, y ahí va mi cuento, es que me empecé a quedar quieta porque alguien me regaló unos evangelios y me fascinaron las aventuras de Jesús, un niño que desde chiquito fue insoportable, se escapaba de la casa para meterse en la Sinagoga a pelear con los viejos que mandaban la parada y se hacían llamar ‘sabios’, y después se escapó del todo y nadie volvió a saber de él. Dicen que estuvo en el desierto, que hizo cuarentenas, que visitó la India, que se le apareció el diablo y le ofreció oro y mujeres, que nunca tuvo que lavar la túnica, ni se le descosieron las sandalias, que cuando tenía hambre hacía un milagro y transformaba piedras en pan y agua en vino, mientras sus papás, el viejo carpintero trabajaba la madera y María se dedicaba a sus labores domésticas, sufriendo calladitos la desaparición del muchacho.

Volvió con treinta años recién cumplidos, la misma túnica limpia que además había crecido con él y las sandalias estiradas. Papá y mamá no lo regañaron. Ya de barba, ojos profundos y tristes y manos largas y finas hechas para acariciar leprosos con amor, abrazar pobres, multiplicar peces, bendecir y unos pies sin callos a pesar de caminar todo el día y también sobre las aguas del mar, fue revolucionando en tres años todas las costumbres de su comunidad.

Lo primero que hizo fue sacar a fuetazo a los mercaderes corruptos del Templo, su mejor amiga fue Magdalena, una prostituta a quien iban a matar a pedradas. Su barra, diez pescadores analfabetas y bruscos que fueron llenando sus corazones de paz y amor como el Woodstock de la época. Caminaban, repartían pan y vino, curaban heridas y gritaban que todos los seres humanos somos iguales y deberíamos amarnos y no matarnos. Condenaban al fuego eterno a ricos epulones, a falsos sacerdotes llenos de oro y vicios, y se convirtieron en pescadores de hombres unidos en la paz.

Esto cayó mal a gobernantes romanos y sátrapas judíos, la ‘rosca’ poderosa. Vieron tambalear su poder y le hicieron la encerrona. Pilatos, el precursor de la lavada de manos (ahora tan importante) entregó al populacho intercambiándolo por Barrabás que había sido malhechor y sucio (lo que equivale a mafioso o político) y al final lo amarraron, lo fundieron a latigazos y lo crucificaron a una cruz en la que murió desangrando y coronado de espinas.

Sigo enamorada de Jesús. Su mensaje de amor e igualdad jamás lo he olvidado. Es mi mejor amigo y sé que me quiere y me ha cuidado siempre, sobretodo en esos años de mi desierto y vacío interior, donde perdí la brújula e inclusive lo odié. Yo también lo traicioné. Volví a encontrarlo, no en la Iglesia sino en mi interior. Él es el piloto de mi nave, frágil y débil. Aprendí a dejarme guiar.

PD. Los invito a encontrarse con la luna llena esta noche. ¡Y a recibir su luz!

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