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Inventar la rueda

Es hora de que el Ministerio de Salud se tome en serio...

15 de julio de 2014 Por: Aura Lucía Mera

Es hora de que el Ministerio de Salud se tome en serio la adicción a las sustancias psicoactivas como un problema de salud. Muchas frases, declaraciones, promesas y mucho bla bla bla. La adicción al alcohol, bazuco, cocaína, marihuana, éxtasis y a cualquier sustancia que nos saque de la realidad está catalogada por la Organización Mundial de la Salud como una enfermedad primaria, progresiva e incurable. Así como la diabetes. La diferencia es que nadie califica al diabético como vicioso, ni lacra ni peligro para la sociedad, en cambio el drogo-dependiente ostenta todos estos títulos y otros peores. Creo que lo primero que debería hacer el Minsalud es un inventario nacional de todos los centros de rehabilitación para adictos. Se llevaría la sorpresa más grande de su vida. La mayoría son piratas, instituciones de garaje sin ninguna licencia, sin terapistas capacitados. Algunos son de vergüenza. Otros por el contrario se distinguen por sus instalaciones lujosas, piscinas, similares a campos de verano que se dan el permiso de cobrar sumas astronómicas por tratamientos basados en “el amor” “la paz interior”, “la relajación”. La última ‘perla’ sobre este tema la leí hace poco en un periódico. En Bogotá se han inventado “tratamientos con acupuntura” y otros embelecos parecidos “para que los adictos disminuyan la obsesión por el consumo. Basta ya de babosadas. Mientras tanto se mueren todos los días hombres, mujeres, jóvenes de sobredosis. Los hospitales psiquiátricos están saturados de enfermos de adicción, tratados con otras sustancias que lo único que hacen es empeorar su situación. Las cárceles del país condenan adictos como si fueran delincuentes. Y mientras tanto, ningún Ministro o Secretario le pone bolas a esta epidemia. Esta enfermedad afecta y va destruyendo paulatina pero inexorablemente cuerpo y espíritu. Hígado, páncreas, riñones, corazón, dientes, sexualidad. Paranoias, delirios de persecución, irritabilidad extrema, pérdida de reflejos, herpes genitales, depresión profunda, ideas suicidas, arrebatos de cólera, comportamientos violentos, alucinaciones, pérdida de valores, desintegración del núcleo familiar y así podríamos seguir indefinidamente. Una vez el consumidor se convierte en adicto la sustancia es el Dios, cualquiera que ésta sea. Es la única enfermedad que el cuerpo pide. El adicto sabe que se está destruyendo, que su familia sufre, que se roba los objetos de su propia casa, que siente terrores infernales, que se está muriendo, pero no puede parar de consumir. Está condenado, por así decirlo, a seguir bebiendo, inhalando, inyectándose. No es una cuestión de vicio, ni falta de voluntad. El cuerpo necesita más de esa sustancia. Familia, valores morales, patrimonio, hijos pasan a segundo plano. Lo único que el cuerpo pide en ese momento es consumir. Creo en las campañas realistas de prevención. Pero el Estado tiene que mirar de frente y no dejarse llevar por sofismas de distracción. Es perentorio, como dije al comienzo, que se investiguen los centros de rehabilitación. Que se tenga un censo. Que se clausuren los que no tengan licencia. Los que tratan de inventarse la rueda y exprimir los bolsillos de los familiares desesperados que están dispuestos a pagar cualquier suma con tal de que su hijo, marido o esposa dejen de consumir. Esta enfermedad primaria, progresiva y mortal puede tratarse con campañas educativas, de prevención. Instituciones adecuadas e idóneas de rehabilitación y la recomendación perentoria de asistir a los Grupos de Apoyo de A.A. (Alcohólicos anónimos) o N.A (narcóticos anónimos) donde los adictos encuentran el balance diario emocional y espiritual para seguir sus vidas en sobriedad y descubrir que sí se puede vivir bien y ser feliz sin consumir. Al toro por los cuernos. No más bla bla, ni centros chimbos. Recordemos que cuando nos mata un tren, nos mata es la locomotora, no el último vagón. Por eso el primer trago, bazuco, porro o jeringa es el que desencadena esa locura, sabemos cuando empezamos, pero jamás cómo ni cuándo vamos a terminar.

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