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¡Cuando Cali cambió!

Cali años 60. La Universidad del Valle hoy orgullosamente septuagenaria y reconocida como una de las mejores de Colombia.

15 de junio de 2020 Por: Aura Lucía Mera

Cali años 60. La Universidad del Valle hoy orgullosamente septuagenaria y reconocida como una de las mejores de Colombia, apenas era una ‘veinteañera’ fogosa que reventaba energía por todos los poros. Todavía no se inauguraba el campus de Meléndez.

Detrás del Hospital Universitario se iniciaba una revolución que nadie imaginaba. Josué Ángel, académico, sicólogo, fundó la Facultad de Educación, pionera en Colombia. Nadie sabía muy bien de qué se trataba. Pero esta Facultad se atrevió a ir más allá. Josué, futurista y polémico, en compañía de Luis H. Pérez, sicólogo y decano de la recién fundada Facultad, y Andrés Sevilla, filósofo y sicólogo español, profesor titular, abrieron unos ‘cursos para las señoras de los ejecutivos’. Los horarios eran cómodos y las recién casadas, con hijos pequeños y destinadas a ser las mejores amas de casa nos inscribimos, unas por curiosidad, otras por interés académico, otras porque se aburrían de tanto bebé, tanto compromiso social, tanto esperar al marido, en fin, cada una llegó por su voluntad, muy peinadas de laca y postizos, minifaldas a lo Mary Quant, tacones, mediapantalón, lápiz y cuaderno.

Sucedió poco a poco algo impensable: estos tres sicólogos nos enseñaron a pensar, a discernir, a cortarnos el cordón umbilical de las monjas que nos habían lavado el cerebro durante doce años con el pecado, la culpa, la virtud, la obediencia marital y el buen ejemplo a toda hora y en todo lugar. La mayoría nos habíamos casado vírgenes, sin tener la menor idea de qué se trataba el asunto. Se tenían hijos porque ese era el fin de la unión conyugal, se compraban libros de cocina para halagar el paladar del esposo, se usaban deshabillés transparentes, se usaba liguero.

Todo estaba conjugado para la liberación. Estallaban el hippismo, la yerba, la inconformidad juvenil en el mundo entero y el deseo de mandar al diablo las obediencias, los concordatos, el poder intimidatorio de los curas con sus sermones apocalípticos donde la mujer siempre era la encarnación de la tentación y del mal. También llegó el auge de las discotecas en penumbra, las más famosas estaban en la calle del pecado y la costumbre de la elite recién estrenando vida era visitarlas y alternar el twist con el bolero, mejillas que se rozaban, parejas que se turnaban.

Pero vuelvo a lo académico. Y en esto estoy de acuerdo con los regímenes totalitarios. El mayor peligro es la cultura, aprender a pensar, a no tragar entero, a masticar y rumiar y procesar todo. Simone de Beauvoir, Sartre, Freud, Lacan, Jung se convirtieron en libros sagrados, leídos y releídos.

Recuerdo esas clases y a Josué Ángel, a Luis H. Pérez y a Andrés Sevilla con un amor y agradecimiento infinitos. Además creo que todas las asistentes estábamos enamoradas de esos tres genios que nos mostraban otros caminos, otras opciones de ver la vida y que el “mundo es ancho y ajeno”.

Como era de esperar, muchos matrimonios se fueron al traste, el mío uno de ellos. El separarse era prohibido, el Concordato tenía efectos civiles y la voz de la Iglesia era la ‘Voz de Dios’. Yo resulté excomulgada y mis cuatro hijos divididos de a dos. Otras alumnas que también descubrieron el ‘dolor y el reto’ del pensamiento también arrancaron rancho aparte.
Otras continuaron casadas, pero ya en otras condiciones de igualdad, parejas de verdad.

Ese fue mi breve encuentro con Univalle, jamás hice carrera pero inicié la carrera de mi vida y asumí todas sus consecuencias. Mi adicción por la lectura se volvió más selectiva, conocí de otras adicciones, de tragedias dolorosas como el suicidio del ser amado, pero construí mi vida a mi manera.

El inicio de mi revolución interior se lo debo a estos tres Quijotes, inteligentes, temerarios y honestos. Solo vive Luis H. Pérez, fundador y rector de la Universidad Autónoma. Siempre que lo veo me lanzo en un abrazo de oso.

Gracias Univalle, de esta no ex-alumna que ayudaron a formar. Recuerdo con especial cariño a Rafael Rivas Posada, a Timothy Loeb y los llevo siempre en mi corazón.

PD. Un libro cambia una vida, no tengamos temor de aprender a pensar y a ser congruentes con nuestros pensamientos. No importan fracasos ni errores. ¡Todo el camino es un aprendizaje!

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