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Carta a un drogómano

Decido escarbar esa gaveta donde guardo recuerdos, fotos, artículos y cartas que me han impactado y no quiero desprenderme de ellas. Casi nunca lo hago porque me pierdo en el túnel del tiempo y se me pasan las horas sin darme cuenta. entro al pasado con tal ímpetu que se convierte en algo mucho más real que el presente.

21 de agosto de 2017 Por: Aura Lucía Mera

Decido escarbar esa gaveta donde guardo recuerdos, fotos, artículos y cartas que me han impactado y no quiero desprenderme de ellas. Casi nunca lo hago porque me pierdo en el túnel del tiempo y se me pasan las horas sin darme cuenta. entro al pasado con tal ímpetu que se convierte en algo mucho más real que el presente.

Una foto antigua me devuelve los olores, las emociones, el clima y los diálogos de ese instante, aunque los que aparecen ya no estén. Los siento y los escucho. Igual al leer una carta o algún reportaje de otras épocas. Me doy cuenta que el tiempo no existe para la mente, cada recuerdo es un eterno presente.

Me encontré con una recopilación de unos escritos periodísticos de Álvaro Bejarano, con una bellísima y sentida introducción de Manuel Mejía Vallejo. Volví a verlo. A escuchar sus frases vibrantes, siempre apasionadas, así estuviera hablando de gastronomía, política, amores o proyectos. Son artículos de comienzos de los setenta. Cuando Álvaro irradiaba esa energía vital contagiosa, que descargaba como los relámpagos que iluminan la noche y la estremecen.

Álvaro Bejarano, uno de esos personajes irrepetibles, que tristemente no volveremos a tener en esta ciudad, ya aletargada por el consumo, la indiferencia y los aparatos electrónicos. Ciudad cada día mas autista y encerrada en su propia indolencia, egoísta y de espaldas a la realidad. Una ciudad que se recupera lentamente de las heridas profundas y vergonzosas del narcotráfico y administraciones corruptas que la atenazaron muchos años.

Leer de nuevo sus columnas, esa prosa poderosa y al mismo tiempo sobria, arrolladora y tajante, o tierna y apasionada que lo definían como hombre. Álvaro, un caballero alucinante, que nos dejo a los que tuvimos la suerte de conocerlo un legado de valor, honestidad, hidalguía, dignidad ante el dolor y generosidad sin límites. Álvaro. "Loco" querido. Cuánta falta haces en estos momentos donde la brújula se nos pierde y estamos ciegos sin habernos siquiera atrevido a mirar el sol.

Retomo algunos de los apartes de “Carta a un Drogómano” que me impactó por ese mensaje adolorido que contiene, y que puede ser útil para alguien que en este momento esté sufriendo sin lograr parar de consumir.

-“Le escribo esta carta no para darle consejos. Solamente que ayer me contaron que en la calle final de la Avenida Sexta hacia el Norte, lo habían visto a usted vencido y sentado en la calzada, con los ojos desorbitados como queriendo ver pasar la vida de la que usted mismo esta desterrándose.

Le escribo porque creo en su talento y me parece absurdo que lo gaste entorno a nada y a lo que lo destruye. Mi sensibilidad se resiste a pensar que usted hizo un acuerdo para minarse. Usted, amigo, con su talento puede darse el lujo de ser un aristócrata de la melancolía. Usted puede ser la voz de la angustia y el alarido llameante de la tristeza, pero nunca el juguete vil de la droga. Una vez le dije que los peces voladores eran ciegos porque si viesen cantarían.

Mire el mundo, amigo, y vuelva a su canto creativo. Lo que usted está mirando hoy está tocado de muerte y usted no es eso. Sea usted su propio dios misericordioso de su propio talento y no lo siente en la calzada de la Avenida Sexta”.

Traigo estas palabras escritas en 1975. De pronto algún joven las lea, cuarenta y tres años después, y le abra los ojos para iniciar una nueva vida, libre de la esclavitud y el infierno de la droga.

Gracias Álvaro Bejarano, amigo de carcajadas y de lágrimas compartidas. Gracias por haber existido en mi vida. Tus palabras siguen vigentes. ¡No morirán jamás!

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