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Sepulcro vacío

¿No es acaso una contradicción que el testimonio del cristianismo sea un “sepulcro vacío”? ¿Así concluimos estas celebraciones con más de dos mil años de tradición? ¡Pues no! Seguiremos insistiendo quienes creemos en Jesús el nazareno que su triunfo sobre el pecado y la muerte lo testimonia con su Vida y Resurrección.

16 de abril de 2017 Por: Arquidiócesis de Cali

¿No es acaso una contradicción que el testimonio del cristianismo sea un “sepulcro vacío”? ¿Así concluimos estas celebraciones con más de dos mil años de tradición? ¡Pues no! Seguiremos insistiendo quienes creemos en Jesús el nazareno que su triunfo sobre el pecado y la muerte lo testimonia con su Vida y Resurrección. El cristiano exalta no a un muerto sino a un Dios vivo que permanece por siempre como la esperanza más absoluta para todos los humanos.

Desde el momento de su resurrección los cristianos hemos profesado una fe inquebrantable en la vida eterna, y en cómo somos herederos de éste testamento que Jesús hizo a la humanidad; con razón la Iglesia a través de los Padres como Agustín de Hipona, ha afirmado de manera contundente:

“Dos cosas eran conocidas al género humano y una desconocida. Los hombres conocíamos el nacer y el morir, pero ignorábamos el resucitar y el vivir eternamente. Para darnos a conocer lo que ignorábamos llevó a cabo las dos cosas que conocíamos”. (Serm. 57, 6).

Pues sí ¡Esa es la razón de nuestra inocultable esperanza, de nuestra bandera de gloria: porque no está ahí, en ese sepulcro, sino vivo y en medio de quienes le hemos conocido con todo el amor de nuestros corazones, la resurrección de Jesucristo es el signo emblemático y la razón de nuestro definitivo anhelo.

¿Buscarán en el sepulcro vacío, entre los muertos a quien vive? No, tú y yo y todos gritamos con inusitado fervor: está resucitado, está vivo, es Él. Ya Pablo también lo afirmó en múltiples ocasiones a las primeras comunidades: “si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe, inútil nuestra esperanza”; y el mismo Agustín también escribió: “quienes no hayan resucitado antes en el Espíritu, no resucitarán en el cuerpo para aquella trasformación en que será asumida y absorbida toda corrupción, sino que resucitarán íntegros para el castigo” (Serm. 362).

Quizá nosotros como aquellos discípulos tristes y derrotados de Emaús, tengamos que volver a abrir nuestro espíritu y a disponer nuestras vidas para que Él camine a nuestro lado y nos contagie del fervor que a veces desaparece en muchos creyentes. Soy Yo, exclamó Jesús; es urgente que sintamos arder de gozo nuestras vidas por la experiencia del resucitado, única realidad capaz de iluminar las tinieblas que a veces se ciernen sobre la vida de muchos de nosotros. Resucitemos con Jesús, venzamos la muerte con las obras de vida: “la resurrección según el Espíritu es creer en las cosas saludables que no se creían y en hacer el bien que no se hacía”, afirma el gran genio de occidente, Agustín de Hipona.

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