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¡Señor ten misericordia de mí!

“Si te hace caso tu hermano al corregirlo ganaste a tu hermano. si no te hace caso, llama a otro o a otros dos para proceder como dice la escritura”.

6 de septiembre de 2020 Por: Arquidiócesis de Cali

“Si te hace caso tu hermano al corregirlo ganaste a tu hermano. si no te hace caso, llama a otro o a otros dos para proceder como dice la escritura”.

Quien olvida que es frágil y débil, pero que además tiene una misión de caridad al corregir, puede caer en una actitud perversa: de no interés o incluso aún de soberbia; quien es incapaz de entender lo que significa la verdadera corrección fraterna y la delicadeza de Dios que es misericordia y acogida de quien se ha equivocado, con razón, San Agustín escribía: “Da gracias al que te corrige para que reciba la heredad de Dios, que te corrige. Al ser corregido, es enseñado. Te corrige mucho porque mucho es lo que has de recibir. Si comparas la corrección con lo que has de recibir verás que la corrección es insignificante” y también “la misericordia no es tan solo del que llama, sino también del que azota y castiga. Se asienta la mano paterna sobre ti; y, si eres buen hijo no rechaces el castigo. ¿Qué hijo hay al que no corrige su padre?... mejor es adoctrinado con la vara del padre que perecer con las caricias del salteador”.

El evangelio, es decir, la vida de Jesús son una expresión de este espíritu enseñado y vivido por el Hijo de Dios, más aún nos advierte para que no miremos la paja en el ojo ajeno y reconozcamos la viga en el propio y también que no debemos señalar a otros sin antes mirarnos en nosotros; porque el evangelio más que haberlo escuchado incluso saber es fundamentalmente vivirlo y encarnarlo.

Un verdadero seguidor de Jesús, amante de la caridad y ejecutor de la verdad es ante todo aquel que sabe y se declara así mismo pecador y más que los que están a su alrededor. Acaso no recordamos la parábola de aquellas dos personas que suben al templo a orar: una comienza reclamando a Dios por todas sus obras buenas y colocándose por encima de todos los demás que son malos y pecadores y el otro verdadero pecador y arrepentido conocedor de la misericordia del Señor solo exclama: ¡Señor ten misericordia de mí que soy un hombre pecador!

Y concluyamos con esta bella sentencia: “Me herirás si me ocultas el error que quizá encuentres en litigios o hechos. Porque si reprendes en mí lo que no es reprensible te hieres a ti más bien que a mí”.

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