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Fiesta de la inmaculada concepción

Aprovechemos este Adviento, tiempo de preparación a la Navidad, para abrir espacio al Salvador, a fin de que sea Él quien haga posible esos cambios que debemos dar.

8 de diciembre de 2019 Por: Vicky Perea García

Por: monseñor José Roberto Ospina Leongómez, obispo de Buga

Celebrábamos ayer la noche de las velitas, como todos la llaman, como recuerdo del 7 de diciembre de 1854, víspera de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, promulgado por el papa Pío IX. En el pueblo judío la mujer suele prender los cirios en el Shawat, para significar que es la mujer la que da luz, ilusión y vida al hogar. Cuando fue proclamada María como madre de Dios, en el concilio deEfeso, en el año 431, la manera como los creyentes expresaron su alegría fue a través de encender hogueras. María nos ha traído al salvador, que es la luz del mundo y de todos los pueblos.

En este domingo, celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción y la liturgia nos presenta el texto de la anunciación. Leamos algunos apartes: “En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel entrando en su presencia, dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. (…) Y María dijo al ángel: ¿Cómo será eso pues no conozco varón? El ángel le contestó: el Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va nacer será llamado Hijo de Dios. (…) María contestó: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y el ángel se retiró.”

Esa jovencita, que en medio de su desconcierto es capaz de preguntar y entender, se jugó su prestigio y se puso en riesgo, al responder: "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” pues muchas cosas estaban en juego: ¿A quién le iba a explicar lo sucedido? ¿José la repudiaría o la denunciaría como adúltera, por estar ya comprometida con él, y encontrarse en cinta? ¿Qué iba a ser de su vida de ahí en adelante? Pero con su respuesta nos trajo al Salvador, Luz del mundo.
Según el evangelista Mateo, cuando José quiso repudiarla en secreto, Dios le pide que tome a María por mujer, pues lo que hay en ella es obra del Espíritu Santo, ella va a dar a luz un hijo a quien le debe poner el nombre de Jesús, porque salvará al pueblo de sus pecados. Él también se jugó su prestigio, pues todos imaginarían que habían tenido relaciones antes de estar conviviendo, lo cual hacía que fueran dignos de ser despreciados y vistos con malos ojos.

Esa imagen de fornicarios les duró toda la vida entre sus paisanos, hasta el punto de llamar a Jesús: El carpintero, el hijo de María, y no nombrar a José, cuando llegó a la sinagoga de Nazaret, según nos cuenta san Marcos cf. Mc 6,3.

La respuesta de ambos nos mueve a nosotros a responder con generosidad, con decisión y con total confianza en el poder de Dios, que no defrauda.

Todos podemos percibir lo que Dios espera de cada uno de nosotros, bien en el hogar, bien en el trabajo, bien con relación a ciertas tendencias desordenadas o en el manejo de los bienes, etc., y hemos de dar nuestra respuesta emprendiendo los correctivos necesarios.

Aprovechemos este Adviento, tiempo de preparación a la Navidad, para abrir espacio al Salvador, a fin de que sea Él quien haga posible esos cambios que debemos dar.

Con María digamos: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador…”

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