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El sepulcro del miedo

La paz se fundamenta en la certeza de la condición trascendente de la realidad, es decir, en el conocimiento vivo de que la realidad acontece más allá del tiempo y del espacio

11 de abril de 2021 Por: Arquidiócesis de Cali

Por: Germán Martínez R,.  vicario episcopal para la educación.

La violencia de la crucifixión, la muerte, la ausencia de Jesús, condenado por blasfemo y rebelde contra Roma, sólo pueden producir miedo, paralizar, encerrar, sepultar a los discípulos. Hoy, domingo, “día en que Cristo ha vencido la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal”, resuena varias veces el saludo del resucitado: Paz a ustedes.
Desde la última cena Jesús mismo les había dicho a los suyos: “Paz es mi despedida, paz les deseo, la mía; pero yo no me despido como se despide todo el mundo. No estén intranquilos ni tengan miedo” (Juan 14,27).

Es impresionante ese encuentro: no hay reproches, no hay reclamos, no dice: “me dejaron solo”; al contrario, los discípulos reciben una misión, en un clima de paz y alegría, con la fuerza del Espíritu Santo y además se les da la facultad de perdonar pecados. Una primera lección queda de este pasaje bíblico, la violencia se construye a base de frustraciones, resentimientos y miedos enmascarados de ideologías que desconocen o niegan la realidad.

La paz se fundamenta en la certeza de la condición trascendente de la realidad, es decir, en el conocimiento vivo de que la realidad acontece más allá del tiempo y del espacio, Jesús lo afirma así: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, allí queda, él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; pero el que odia su vida en este mundo la guardará para una vida eterna” (Juan 12, 24-25). Paz y violencia no son cosas, no son conceptos, sino maneras de existir, hay personas que trabajan por la paz, hay personas que son agentes de guerra, hay gente que asume los conflictos en la convivencia amorosa y creativa, hay personas que lo hacen desde el menosprecio y la agresión.
Pero hay una segunda lección en el pasaje que hoy se proclama en la eucaristía, tiene nombre propio, se trata de Tomás, es decir, de la duda, del querer ver y tocar, tan propio de cada uno de nosotros. Lo sorprendente es que Jesús mismo disipa nuestras dudas.

Tomás no alcanza a “meter el dedo en el costado de Jesús”, se encuentra de frente con un Resucitado que no castiga la duda y la incredulidad, se encuentra con el Dios vivo y personal, el Dios que en Jesucristo hace patente la misericordia (a propósito, desde el año 2000, el Papa Juan Pablo II llamó al segundo domingo de Pascua, Domngo de la Misericordia). El impulsivo desafío de Tomás termina en una confesión:
Señor mío y Dios mío, identifica a Cristo Resucitado con el Dios de la Vida en abundancia. Terminemos con una oración: Ayúdanos, Señor, a dar testimonio del triunfo de la Vida sobre la muerte. Concédenos ser testigos de la paz y de la alegría de tu presencia. Libéranos del miedo que paraliza.

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