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“Disipemos la oscuridad del mal”

Iniciamos el Tiempo Ordinario mirando a Jesús como Luz y Salvación. La...

15 de enero de 2017 Por: Arquidiócesis de Cali

Iniciamos el Tiempo Ordinario mirando a Jesús como Luz y Salvación. La imagen de “luz” y “salvación” que nos ofrece el profeta Isaías, es asumida en labios del Bautista con la figura del “Cordero” que evocaba aquel animalito sacrificado en la pascua judía para la expiación de los pecados del pueblo. Jesús es el nuevo Cordero, cuyo sacrificio limpia a la humanidad de sus más grandes males que son los pecados.El mal se cierne en el mundo como un gigantesco manto de oscuridad y a partir de ahí brotan los miedos, las injusticias, los conflictos que generan tanto dolor, rupturas, heridas y sufrimiento en los seres humanos. En medio de todo esto, la Palabra de Dios proclama que Jesús es aquel que puede devolvernos la paz y la armonía que el mal, tan arraigado en el corazón humano, nos hace perder.Aún resuenan las palabras del Papa Francisco que este 1 de enero nos ha regalado el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz: «La violencia no es la solución para nuestro mundo fragmentado. Responder con violencia a la violencia lleva, en el mejor de los casos, a la emigración forzada y a un enorme sufrimiento, ya que las grandes cantidades de recursos que se destinan a fines militares son sustraídas de las necesidades cotidianas de los jóvenes, de las familias en dificultad, de los ancianos, de los enfermos, de la gran mayoría de los habitantes del mundo. En el peor de los casos, lleva a la muerte física y espiritual de muchos, si no es de todos» (numeral 2). La violencia es un clarísimo fruto del mal, del pecado y no se rompe con nuevas violencias. Basta una chispa de luz para hacer retroceder a las tinieblas.Y Jesús no es una chispa: es una auténtica lámpara que resplandece y desvanece cualquier oscuridad. Por ello, en un contexto donde pareciera que el mal avanza y se enquista al punto de no poder salir sin generar nuevos sufrimientos, la liturgia dominical nos invita a mirar a Jesús y, por medio del mensaje del Santo Padre a asumir que el Señor es la clave para cambiar los espíritus “armados” por espíritus “amados”, dispuestos a derrotar la cultura de la muerte y el odio con el evangelio del amor. Precisamente nos dice el Papa Francisco: «También Jesús vivió en tiempos de violencia. Él enseñó que el verdadero campo de batalla, en el que se enfrentan la violencia y la paz, es el corazón humano: «Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos» (Mc 7,21). Pero el mensaje de Cristo, ante esta realidad, ofrece una respuesta radicalmente positiva: él predicó incansablemente el amor incondicional de Dios que acoge y perdona, y enseñó a sus discípulos a amar a los enemigos (cf. Mt 5,44)» (numeral 3).El saludo que hoy Pablo dirige a la comunidad cristiana de Corinto, es el saludo que constantemente repite la Iglesia todos los días en cada acción sacramental: «La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con ustedes» (1Co 1, 3). En el corazón de la Iglesia Jesús, Príncipe de Paz sembró la misión de trabajar por la paz. Dejar resonar el llamado con el que el Santo Padre concluye su mensaje: «En el 2017, comprometámonos con nuestra oración y acción a ser personas que aparten de su corazón, de sus palabras y de sus gestos la violencia, y a construir comunidades no violentas, que cuiden de la casa común. «Nada es imposible si nos dirigimos a Dios con nuestra oración. Todos podemos ser artesanos de la paz» (numeral 7).

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