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¿Cuántos se salvan?

En verdad nadie podría creer que Jesús al predicar las verdades del Reino enseñaba algo distinto a lo aprendido en el seno de su Padre, también Dios: que todo ser humano es hijo predilecto de Dios y que su...

25 de agosto de 2019 Por: Arquidiócesis de Cali

Monseñor José Alejandro Castaño Arbeláez, obispo de Cartago.

En el evangelio de San Lucas que escuchamos hoy, uno de los oyentes de entre aquella multitud que salían a escuchar a Jesús cuando camino a Jerusalén predicaban las verdades del Reino, exclamó: “¿Señor, es verdad que son pocos los que se salvarán?”; la respuesta de Jesús como siempre es profundamente sabia y exacta, no responde con números sino con doctrina. Con razón San Agustín hablando de este tema escribió: “Dios es avaro de nuestra salvación”… Dios dejó claro que una cosa es el sello de la salvación y otra la salvación misma… y en otro lugar también afirma: “Nadie se salva a no ser por la inmerecida misericordia y nadie es condenado sino por merecido juicio” y concluye: “Toda nuestra esperanza de salvación esta en los ceros de Dios”.

En verdad nadie podría creer que Jesús al predicar las verdades del Reino enseñaba algo distinto a lo aprendido en el seno de su Padre, también Dios: que todo ser humano es hijo predilecto de Dios y que su destino natural y sobrenatural es la gloria de la salvación, pero, además, que no depende solo del querer divino sino también de la cooperación humana.

La pedagogía de la salvación esta íntimamente unida a la teología de la redención; ¿que es haber sido redimidos del pecado? ¿Qué es obtener la salvación eterna? Sencillamente al cumplir los mandamientos estamos en el camino de la salvación, Jesús nunca habló con números exactos, que muchas veces obedecen a interpretaciones falsas de la Escritura, más para atemorizar que para convencer cómo es necesario vivir para obtener el final glorioso.

Algo conturbador debieron entrever aquellos que lo escuchaban y que a la verdad no entendían plenamente lo que ahora predicaba quien se encaminaba hacia la cruz para pagar con el sacrificio de su propia vida inocente: el calvario. La cruz y en ella los ajusticiados era signo de terror, pues los peores antisociales y condenados para siempre eran ejecutados a la vista del pueblo para escarmiento de todos; por supuesto Jesús lo sabía y se dispuso a pagar con su propia vida nuestra salvación.

El dilema era inevitable: ¿Qué hay que hacer para salvarse? Y Jesús a su vez respondió con certeza: “No todo el que diga Señor entrará en el cielo, sino aquel que haga la voluntad de Padre”.

¿Cuántas afirmaciones tendenciosas y falsas hemos escuchado acerca del camino de la Salvación? Con suma es vivir como Jesús nos enseñó y cumplir lo que Él nos preceptuó.

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